Oct 18, 2012

Españoles que triunfan en Nueva York y periodismo


Llegué a Nueva York hace 13 años con la intención de trabajar como periodista freelance. En mi primera agenda, que me encontré en una caja hace pocas semanas, escribí algunos temas posibles con los que arrancar y que alguien me sugirió que podría vender bien desde la ciudad de los rascacielos. Entre ellos estaba el que da título a este post:



Una vez que aterrizas aquí, sobrevives y entiendes el verdadero sentido del concepto triunfar en Nueva York, la perspectiva cambia radicalmente. Tanto, que a lo largo de estos trece años, en los que he trabajado para tres diarios diferentes y múltiples revistas, me he dedicado a coleccionar junto a Sandro Pozzi una carpetita con múltiples artículos publicados en todos los medios españoles, (incluidos algunos firmados por nosotros) titulados, o más bien, retitulados desde España ‘XXXX triunfa en Nueva York’. Ha sido una constante: lo más abundante ha sido la procesión de delegaciones provinciales o gubernamentales que han dilapidado el dinero público haciendo presentaciones peregrinas en Nueva York: ha triunfado el jamón serrano, el aceite extremeño, el vino canario, el arte valenciano… por no hablar de la moda española, que a juzgar por la cantidad de titulares que ha generado debería ser el producto estrella en las boutiques de  Madison Avenue, donde en realidad brilla por su ausencia.
Sin duda, ayuda la financiación: si un diseñador o un ministerio se trae desde España anualmente a un séquito de periodistas a la Semana de la Moda neoyorquina (o cualquier otro sarao) para que cubran su desfile, año tras año él y otros españoles sin duda triunfarán en Nueva York a efectos de prensa española. Otra cosa muy diferente es aparecer en la prensa neoyorquina. Y sobretodo, sobrevivir comercialmente en Nueva York.
Lamentablemente los políticos hacen lo mismo (y lo peor, con dinero público) y desde que la prensa está en crisis y su ética con ella, cada vez son más las noticias que tienen el patrocinio encubierto de bancos, editoriales, discográficas, diseñadores, empresas, ayuntamientos, etc. Es barato y llena las webs.

Viviendo en Nueva York descubres a decenas de españoles que en realidad sí que triunfan en Nueva York, aunque en España pocos lo sepan. Y como periodista, cuesta mucho conseguir que su trabajo aparezca en la prensa española. Por un lado porque en España aún son desconocidos y lo que no suena no existe  (aún recuerdo la de meses que tardé en conseguir vender el primer reportaje que se publicó en España sobre el barrio de Williamsburg. Brooklyn por aquel entonces (año 2000 o 2001) no estaba en los mapas periodísticos españoles y aún no había salido en The New York Times). Además, desde que existe internet, en España (como en Italia o en Reino Unido) los responsables de los medios quieren que sus corresponsales escriban sobre lo que ellos mismos leen en medios estadounidenses en tiempo real (el arte del refrito, que es un arte mucho más difícil de lo que pudiera parecer), y queda poco margen para temas propios, como bien explicaba el otro día David Jimenez en su blog.

Pienso en Yolanda Torrubia, finalista en los premios Rising Star Award; en Santi Moix, que expone desde hace más de una década en Pace Gallery, está en las principales colecciones estadounidenses y en ninguna española; en Max Sanjulián, arquitecto multifacético y responsable hasta hace apenas seis meses de algunas de las mejores fiestas pop-up que han animado el aburrido Manhattan de los últimos dos años. Pienso en Nick Dangerfield, que se inventó el Playbutton y nos descubrió la Harinezumi y está a punto de sorprendernos con otro invento siglo XXI… Imposible nombrarles a todos. Gente que trabaja duro y que acaba siendo reconocida o por la prensa neoyorquina, que es la que realmente mide qué triunfa y qué no en Nueva York (aunque aparecer en la prensa de tu país te ayuda profesionalmente y de vez en cuando, los jefes también te escuchan y consigues dar a conocer a algún desconocido) o por la propia ciudad, que es la que finalmente decide si te deja vivir en ella y en qué condiciones. (Ojo, la prensa italiana o la mexicana hacen exáctamente lo mismo, es un mal extendido y sin duda también es culpa de los que escribimos desde aquí).

Además yo me voy a echar una culpa extra: en el último año, escribiendo a la pieza y cobrando entre 35 y 55 euros por los artículos online –que es donde ahora cabe todo, esa máquina insaciable en la que todo vale, lo bueno y lo malo, porque el papel ha muerto- a mí también se me han quitado las ganas de proponer historias que deberían contarse. Tengo que comer. De hecho, algunas he preferido escribirlas en este blog, por el que nadie me paga, pero en el que escribo sobre lo que me entusiasma a mi ritmo y que no ha parado de darme satisfacciones personales y profesionales (dos premios). Y al menos no siento que se minusvalora mi esfuerzo y mi trabajo. (En Nueva York una niñera cobra 15 euros la hora).

Ese esfuerzo es el que con los años te da algunas compensaciones: la calle, el olfato o simplemente la experiencia te hace dudar de algunos triunfos rocambolescos. De ahí que sea tan importante que los periodistas mayores de 50 sigan trabajando: su experiencia es esencial para muchas cosas, entre ellas evitar que al lector le vendan motos, y que conste que yo todavía estoy en la treintena.

Este verano un director español ‘triunfó’ en Nueva York con un documental (nunca estrenado) sobre el que hace dos años decidí no escribir porque solo me mostraron veinte minutos y me parecieron muy flojos. Otros sí decidieron hacerlo. Los criterios de los periodistas son libres (otra vez, la experiencia debería ayudar) y ojalá que así siga por los siglos de los siglos. El tema de la película era interesante, el resultado, desde mi punto de vista, no se merecía un reportaje.

En la noticia que publicó este verano El Pais, firmada desde Madrid y después reeditada por el propio periódico se hablaba de que al autor de la película le habían dado un premio de 65.000 dólares en Nueva York “otorgado a artistas e intelectuales que contribuyan al conocimiento y divulgación de la historia de los españoles en Nueva York” del que ni yo ni ningún otro periodista español o extranjero nos habíamos enterado –nadie nos informó, la noticia solo aparece publicada en un teletipo de Europa Press fechado en... Madrid!-. Traté de averiguar quién daba el premio, cómo, con qué criterios, quien era el jurado y no he parado de sorprenderme desde entonces: miembros de la productora del documental figuran también como miembros de la institución que da el premio, la Spanish Benevolent Society, en la que a su vez hay socios que ni siquiera saben que se había entregado un premio y en la que un miembro honorario se ha llevado además la mención de honor (¿!!¿). Y como me ha dicho literalmente uno de sus responsables por email “dado el carácter privado de nuestra organización, decir que podemos entregar premios y menciones a quien nos parece oportuno, pero un dinero reunido de manera privada para destacar (y proteger) la carrera de alguien se entrega según criterios privados, que usted es muy libre de valorar u opinar sobre ellos”. Como son privados, no sé cuáles son los criterios así que no puedo opinar. Pero sí puedo sorprenderme por esos estrechos lazos entre productora e institución, que además parecen muy similares a los que los responsables de la película criticaban en el artículo original hablando del amiguismo imperante en las instituciones públicas españolas. Del conflicto abierto entre la Spanish Benevolent Society del premio, y la organización del mismo nombre que existió antes que aquella, prefiero no hablar. Me faltan datos.

En fin, solo puedo alegrarme por el director del documental: salir en la prensa ayuda a conseguir la green card. Un artículo te puede cambiar la vida. Lástima que con esto de la crisis del periodismo, el rigor informativo no sea muy riguroso y cualquiera triunfe en Nueva York. Hasta el jamón serrano.