Hoy me han encargado escribir sobre la enésima presentación de un producto de Apple. Al contrario de la habitual publicidad encubierta sobre aparatos electrónicos que los periodistas nos empeñamos en convertir en noticia cuando en realidad no dejan de ser eso, objetos a los que les hacemos publicidad gratuita, esta vez Apple simplemente anunciaba una guerra velada: la que su marca le ha declarado al mundo editorial, en concreto al de los libros de educación. Ocurrió hace años también con las discográficas al nacer iTunes. Y como en aquella ocasión, todo apunta a que el ganador será la empresa de ese hombre ya fallecido al que en todas partes han calificado de genio sin pensárselo dos veces.
Claro que aunque Steve Jobs lo fuera en el área del diseño, el marketing y ante todo, los negocios, en el ámbito de la conciencia dejaba mucho que desear. Y un genio sin conciencia para mí pierde toda su genialidad, o al menos gran parte del respeto. Los chinos que fabrican ese iPad que hace temblar al mundo editorial lo saben bien. Lo extraño es que resulta muy difícil encontrar artículos relacionados con Apple sobre la explotación de chinos en sweatshops realizados 'in situ'. La prensa parece limitarse a repicar el informe anual que la empresa publica desde hace seis años (Apple existe desde 1977) y con el que se lava la conciencia dejando claro que investiga y castiga (los números en ese aspecto son bajísimos) las prácticas laborales ilegales de sus suministradores, empresas como Foxconn en las que se trabaja 12 horas al día sin cobrar horas extra, se despide a quienes se quejan,se permite el trabajo de menores etc.
Mike Daisey
El informe más reciente se publicó hace apenas una semana, y mi compañero de pupitre laboral Sandro Pozzi explicó muy bien sus detalles. Pero resulta que hay alguien que sin ser periodista ha explicado mejor que nadie lo que ocurre en esas fábricas porque ha estado allí y ha hablado con esos trabajadores y ahora está consiguiendo que las conciencias de quienes le escuchan tiemblen cada vez que oyen sonar su iPhone. Es Mike Daisey, un actor conocido en Nueva York por sus brillantes monólogos y cuya adicción a los productos de Apple le llevó a embarcarse en una búsqueda personal para entender realmente quién y cómo se hacen esos aparatos de los que él siempre ha sido un devoto.
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El resultado es un intenso monólogo que se podrá ver nuevamente durante todo febrero en el Public Theater de Nueva York titulado 'Agonía y Extasis de Steve Jobs'. Parte de ese trabajo, que relata su viaje a la ciudad de Shenzhen y su encuentro con los trabajadores que fabrican muchos de los 'ingredientes' que componen nuestros ordenadores, teléfonos y otros juguetes electrónicos, se puede escuchar en mi programa favorito de la radio estadounidense This American Life, que emitió hace diez días 'Mr Daisey and The Apple Factory'. Ahí también puede escucharse la voz del periodista Nicholas Kristoff, respetado en muchos foros y con años de experiencia en Asia, defendiendo los 'sweatshop'. No es el único, lo hacen muchos economistas o empresarios que consideran que a los chinos también les toca pasar por la edad media del derecho laboral en beneficio por supuesto de nuestras empresas, porque el efecto colateral es 'positivo': aunque les exploten via 'outsorcing' los chinos en esas fábricas ganan más que trabajando en el campo y eso significa que pueden consumir más, lo cual viene muy bien a la economía mundial, sobre todo ahora que en este lado del mapa consumimos poco por razones obvias.
Pero a Daisey le parece una elección moralmente incorrecta y despreciable (a mí también, pero confieso que escribo esto desde un ordenador Apple) y así se lo hace saber a su audiencia, que se ve obligada a hacerse muchas preguntas que todos nosotros deberíamos hacernos más a menudo. Su monólogo, irónico y brutal (y en el que tampoco salva a su antaño amado Steve Jobs) es una receta infalible contra esos ataques consumistas en los que tras cobrar una deuda o recibir un cheque te dices a ti mismo: creo que necesito un iPad. ¿Seguro?