Hay películas que se te agarran a las entrañas y te las siguen mordiendo mientras ves pasar los títulos de crédito, se encienden las luces del cine y regresas en silencio a casa. Ojalá hubiera más pero como son pocas, sus nombres se te clavan en la memoria: Una noche, de la británica Lucy Mulloy, ganadora del Festival de Cine de Tribeca y tan sutil, sensible y demoledora que a la ficción no le ha bastado el celuloide y ha dado el salto hacia el mundo real, aunque afortunadamente con un final distinto al que Mulloy se imaginó.
Vayamos por partes: todo comienza con una trama sencilla pero en el contexto infinitamente complejo de un país, Cuba, al que pocas veces he visto retratar en el cine actual con una mezcla equilibrada de realismo, dolor y belleza y con un resultado tan conmovedor como desgarrador y encima evitando el pecado capital de gran parte del cine hecho por no cubanos sobre Cuba: politiqueos baratos.
La historia atrapa desde el principio porque es universal: un triángulo amoroso entre adolescentes que podría ocurrir en cualquier parte de la geografía pero al ocurrir en Cuba tiene sus propias particularidades. Dos hermanos mellizos –Elio y Lila- que se quieren con locura y a los que la aparición de un tercer personaje, Raúl, comienza a separar. Los dos hermanos han crecido apoyándose el uno en el otro y disfrutando como pueden de lo que les ofrece su depauperado país. La aparición de Raúl, con una existencia mucho más complicada que la de ellos, -un padre que huyó a Miami y le abandonó, una madre enferma de sida- provoca un huracán emocional en sus vidas y una decisión arriesgada: huir en balsa hacia Miami. Amor, amistad, homosexualidad… La delicadeza con la que la directora toca todos esos sentimientos, que en el corazón adolescente son un torbellino y que juegan un papel clave en los motivos de cada uno de ellos para subirse a la balsa, es espectacular. Y más aún en el contexto de esa Cuba agonizante que el director de fotografía (puro talento) retrata en tono documental, con la poética triste que da la realidad, sin cursiladas y que la directora salpica con descripciones verbales sencillas, en las que evita el juicio de valor y donde se limita a contar hechos conocidos por todo el que haya vivido en Cuba. ("En Cuba hay de todo, sólo tienes que saber encontrar a la persona justa"...)
Voy a seguir destrozando la trama (sorry) para que se pueda entender mejor la ironía del salto que ha dado la ficción a la realidad. Elio, Lila y Raúl se embarcan pero nunca llegan a Miami. A Elio se lo comen los tiburones y a Lila y a Raúl la corriente los devuelve a Cuba.
Ni Javier Nuñez Florián (Elio) ni Anailín de la Rua de la Torre (Lila) ni Daniel Arrechaga (Raúl) eran actores profesionales. Mulloy los encontró en las calles de La Habana cuando tenían 15 años –ahora tienen 20- y no han hecho ninguna otra película. Durante el rodaje Anailín y Javier, que interpretan a los hermanos, se enamoraron. Y hoy aún siguen juntos.
Fast forward tres años, los que ha
tardado Lucy Mulloy en estrenar su película, más los dos de complicado rodaje (la dura vida del cineasta
underground…). El filme estuvo primero en el Festival de Cine de Berlín. Los tres
protagonistas viajaron a esa ciudad en febrero para el estreno, pasaron allí
seis días y después regresaron a La Habana. Parece que Angela Merkel y su euro/imperio les dejó fríos. Pero Estados Unidos tiene buena prensa entre cubanos. Y una alfombra de oro para todo aquel que decida dejar Cuba, cosa que no ocurre ni en otros países ni para otros inmigrantes. Así que Anailín y Javier han decidido cambiar el final de su propia película
y no dejarse devorar por los tiburones. Ella vendía artesanía y él trabajaba de
pizzero. Invitados por el Festival de Tribeca, volaron hasta Miami y ahí se quedaron.
No llegaron al estreno en Nueva York, donde les esperaba Arrechaga y Mulloy y nadie supo nada de ellos hasta el viernes, cuando aparecieron en un canal hispano de Miami confesando su intención
de pedir asilo político. Su directora les desea buena suerte y dice estar en shock. A mí su película se me agarró a las entrañas. A ellos se les
agarró a la vida.