Feb 28, 2011

LA OTRA CARA DEL OSCAR Y EL GLAMOUR: PARTY CRASHERS

Durante la temporada de los oscar la gente se pone creativa. El arte de colarse en una fiesta también se merece un oscar y el pasado domingo en Los Angeles yo hubiera dado unos cuantos. La gente es capaz de todo con tal de llegar hasta donde están las estrellas. Si no, ¿cómo explicar que una mujer vestida de princesa con un espantoso traje de tul y gasa amarillo limón fuera cazada infraganti en el tejado del Best Western hotel de Sunset Boulevard tratando de SALTAR, con todo su faldón a cuestas, al jardín del contiguo hotel Sunset Tower, donde se celebraba la fiesta post-oscar de la revista Vanity Fair? No lo leí en internet. Me lo contó allí mismo uno de los policías -en Los Angeles son sheriff- encargados de evitar que gente como ella se colara en esa fiesta. A la mujer la ví, aunque fue minutos después de ser 'cazada', esta vez junto al chiringuito de seguridad, asaltando a otros invitados o supuestos invitados que hacían cola frente al sheriff -que cobraba turno doble pagado por Vanity Fair-. Finalmente la vi meterse a presión en un coche de un grupo de gente que no conocía y a los que tal vez convenció para que le abrieran la puerta del glamour. Ver para creer.

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La puerta del hotel Best Western, primera entrada
hacia la fiesta de Vanity Fair en Sunset Boulevard


Seamos sinceros, los oscar suelen ser un muermazo aunque ha habido pocas galas tan aburridas como la de ayer. Y encima Bardem no ganó. Pero yo nunca me he divertido tanto como en la puerta de esta fiesta glamurosa a la que no entré porque no estaba invitada. Pero lo que ví fuera junto a mi colega de aventuras periodísticas Idoya es posible que superara a lo que se vio dentro. En realidad salí a estirar las piernas un rato mientras escribía sobre los oscar para uno de mis pluriempleos con tan buena suerte que el primer kiosko de seguridad a esa fiesta estaba precisamente en la entrada del hotel en el que pasaba la noche de okupa, un best western sencillo pero matón pegado al hotel Sunset Tower. Esa proximidad me permitió descubrir el insondable mundo de los party crashers: lo que la gente es capaz de hacer o decir para colarse en la fiesta más exclusiva de Hollywood fue un sublime espectáculo, mucho mejor que la aburrida gala oficial que todos sufrimos via tele.

Las fans improvisadas de San Diego y unas party crashers congeladas

Primero me hice amiga de un grupo de fans con carné, un grupo de mujeres de San Diego que estaban allí apostadas chillándoles piropos a las limusinas que depositaban famosos unos metros más abajo y ejerciendo de público privilegiado de dos policías y un jefe de seguridad encargados de pedirle a quienes llegaban a pie el ticket - el que tiene pase pasa y el que no tiene... no pasa-. Vanity Fair los reparte por horas, según lo famosas que sean las estrellas. Así vi entrar por ejemplo al director Joel Coen, con cara de pocos amigos - True Gritt tenía 10 candidaturas y no se llevó ni un oscar- o al actor John Hawkes, de la película Winter's Bone.


Aunque no lo parezca este es Hawkes con su pareja,
mi iphone es un fraude y es muy lento. Las fotos salen así de borrosas

Otra opción era que tu nombre estuviera en esa lista exclusiva, encuadernada a modo de agenda bastante gorda y que según me explicó el jefe de seguridad se había impreso esa misma tarde con los cambios de última hora. "Sólo hay doce copias" decía mostrando orgulloso una de ellas.

Claro que también había una tercera opción, la única que casi me arranca unas lagrimitas. David Seidler, ganador del oscar a mejor guión original por El discurso del rey, llegó caminando despacio con un grupo de amigos. Su discurso al recoger el oscar había sido una reivindicación del trabajo, la constancia (él también es tartamudo como el rey protagonista) y sobre todo de la experiencia vital - !vivan los mayores!- y cuando llegó hasta el policía que velaba el acceso, se topó con la pregunta habitual ¿está usted en la lista? Seidler, con aire cansado pero risueño, levantó su oscar y le contestó "¿esto le vale?". Fue una entrada triunfal que casi emocionó al jefe de seguridad de la fiesta y arrancó un aplauso y vítores a las fans de San Diego.

Jim Sturgess hablando por teléfono como un auténtico party crasher

Hubo otra entrada parecida aunque en un principio no prometía mucho. Dos jóvenes muy sonrientes llegaron hasta el sheriff y reprodujeron uno de los diálogos más repetidos en este lugar: "No estamos en la lista pero nuestro amigo tal y tal sí". "Lo siento pero si ustedes no están él tendrá que salir a buscarles". Y como todos los que recibían esa respuesta se agarraron al teléfono y se pusieron a esperar. Así lo hizo por ejemplo Jim Sturgess, protagonista de la olvidable Across the Universe, cuyo nivel de fama no fue suficiente para que las señoras de San Diego lo reconocieran así que mientras él pasaba media hora esperando a que alguien le abriera la puerta del cielo, ellas le comentaban que habían visto a tal o cual famoso, como hacían con todos los que llegaban y eran rechazados en la puerta. El tipo parecía majo, al menos se rió con ellas como si fuera un anónimo más. (acabó entrando)


Mi primer oscar! (miento, es ajeno pero auténtico, el de mejor corto de animación)

Curioseando me puse a hablar con los dos chicos que mencioné antes y que también se agarraron al teléfono, -venían un pelín borrachos y no tan elegantísimos como Sturgess- y resulta que esperaban a Andrew Ruhemann, que un rato antes se había llevado un oscar como director al mejor corto de animación por The lost thing (Ruhemann ha producido animación durante diez años, entre otras las de la banda Gorillaz y se estrenaba como director con este corto). Los chicos no mentían. Con una deliciosa corbata en la que decía Good Luck, Ruhemann llegó poco después con su oscar en la mano. Posó simpático para una foto pero lo que es mejor, le prestó el oscar a todos los aspirantes a estrella que perecían de frío en minifaldas imposibles tratando de encontrar una excusa para colarse en la fiesta. Confieso, yo (en pantalones), también me saqué una foto con su oscar. Y después, por supuesto, Ruhemann entró en la fiesta con sus amigos enarbolando su trofeo.

Dos party crashers con talento: el sheriff las felicitó por su creatividad inventando excusas para colarse. !Se merecían este oscar! (aunque en realidad es el mismo con el que posé yo)


Andrew Ruhemann (en el centro) y sus amigos

También disfruté mucho asistiendo al deporte más practicado de la puerta, el de la telefonía distraída. Uno se acerca caminando como si nada mientras hace que habla por teléfono e intenta tranquilamente atravesar con decisión la barrera de dos sheriff y el señor de la lista. Cuando le paran se hace el ofendido. No cuela pero todos parecían sentirse muy importantes sacándole brillo al auricular.

Este hombre llegó teléfono en mano y luego estuvo tratando de convencer a las fuerzas del orden. Ahí les dejé. Quizás hasta fuera alguien importante pero no estaba en la lista...


Eso sí, la versión putón verbenero del asunto parece funcionar muy bien. Dos chicas altas, muy pintadas y de piernas muy desnudas se pasaron media hora sentadas mirando a las limusinas y coches que desfilaban frente a nosotros camino del chiringuito de seguridad de los coches (posterior al kiosko del Best Western). Solo les faltó hacer autoestop. Finalmente dos hombres solos bajaron la ventanilla, las invitaron a subir y ellas, incrédulas, dijeron "¿seguro?". "Seguro". Y voilá, derechitas hacia la fiesta. El juego de Hollywood en estado puro.

Amanece en Los Angeles. Mañana será otro party...

Feb 23, 2011

23F: mi memoria en un periódico



La vida a veces se pasa de sofisticada. El 23 de febrero de 1981 yo tenía siete años e iba a un colegio que se llamaba Estados Unidos de América. Era un colegio público y no nos enseñaban inglés pero curiosamente marcó mi destino porque aquí estoy, viviendo en el corazón del imperio (en decadencia) desde hace ya una década.


En aquel colegio también se fraguó otra extraña casualidad. Semanas después del 23F la señorita Conchita, una infame profesora que en lugar de enseñarnos matemáticas nos hacía rezar avemarías -lo juro- llegó una mañana de primavera pidiéndonos escribir una redacción sobre el 23F. Quería que contáramos cómo vivimos aquel día, qué recordábamos y qué sentimos. La petición tenía truco: nuestras palabras no eran para ella si no para unos periodistas que después escogerían algunas frases de los niños y las publicarían en su periódico. El periódico era El Pais, que yo solía ver desparramado por mi casa porque mis padres se lo repartían para leérselo por partes y al final siempre había páginas por todas partes que a mí me parecían un engorro.


Yo no me acordaría de nada de lo que escribí -y por lo tanto de lo que viví- si no fuera porque meses más tarde mi madre me tendió un ejemplar de El País Semanal que recuerdo con una portada de color naranja en la que decía algo así: 'El 23F y los niños'. Fue el primer artículo de periódico que me leí, -una recopilación de frases de niños con sus nombres y edades entre paréntesis- buscaba mi nombre y el de mi inseparable amiga Macarena y... !zas! allí estaban los dos. Había dos frases mías y una de Macarena y como hacen los niños cuando descubren algo, fui corriendo a enseñárselas a mi madre. "Pues yo creí que iba a haber una guerra y nos iban a matar". Cuando mi madre leyó esa frase me miró preocupada: "¿de verdad pensaste que nos iban a matar?". La otra frase no la recuerdo, como tampoco recuerdo ese miedo, o esa guerra que extrañamente planeó sobre mi cabeza de niña. Pero allí estuvo, porque yo lo escribí. Pagaría oro por volver a leer entero aquel texto que llevó por primera vez mis palabras hasta las páginas de un periódico que por azares de la vida se convertiría precisamente en mi principal publicación como periodista.

Nunca podré encontrarlo pero sí aquel artículo. Por eso los periódicos son imprescindibles. En ellos se atesoran nuestras memorias colectivas, queda constancia de nuestros errores y nuestros miedos, son los recuerdos imborrables de nuestra propia historia, esos que quizás nuestra memoria individual prefirió borrar pero que como sociedad no podemos dejar que se desvanezcan. ¿Quién no recuerda donde estaba el 11S? Os reto a coger un periódico de aquel día, o mejor, el del 23F, que para eso estamos recordando, y de repente, si no érais muy niños, os lloverán memorias, personales y colectivas. Hay que regresar al pasado para mirar hacia el futuro. Y hoy a los periodistas quizás nos nuble un poco la vista el exceso de presente inmediato. Twitteamos hasta las pausas en un discurso de un político! ¿Alguien se leerá esos twitters en el futuro? Calculo que la obsesión pasará. Y lo importante, quedará en los periódicos - de papel o de los otros-.

Feb 19, 2011

Disparates


Leo esto: "Reino Unido bloquea las exportaciones de material antidisturbios a Libia y Bahréin. El Gobierno británico ha anunciado la cancelación de más de 50 permisos para exportar material antidisturbios a Bahréin y Libia, para evitar que se utilicen para dispersar a los manifestantes". Y no puedo dejar de preguntarme ¿ cómo es posible que occidente sea realmente tan caradura?
Vender armas y material antidisturbios es un negocio legítimo e indiscutible hasta que ese material se utiliza precisamente para lo que estaba concebido, o sea aporrear gente. Entonces decidimos que ya no se lo vendemos más, no vayan a utilizarlo... !!!!¿¿¿!!!!!!¿¿¿¿¿
Os cedo la palabra. Yo estoy completamente speechless.

Feb 18, 2011

Arte oficial, espontáneo y patos


Me and Tara Donovan

El otro día entrevisté a una coleccionista que me dijo: "En Nueva York hay que ver veinte galerías para encontrarte con una que merezca la pena". Primero pensé 'qué exagerada, tampoco está tan mal el mundo del arte'. Pero en realidad tiene razón, lo que pasa es que como la oferta artística es abrumadora se nos olvida que calidad y cantidad son dos conceptos muy diferentes. Ayer decidí aprovechar la luna llena y el amago de primavera para darme una vuelta por Chelsea y 'hit some openings', como dicen por aquí y la verdad, fue decepcionante. A excepción de la artista del cuadro, Tara Donovan, y de un video titulado A game of chess, de Marcel Dzama, no vi nada que me removiera la piel, las tripas o la cabeza. Quise ver el video del que todo el mundo habla en la ciudad desde hace semanas, The Clock, de Christian Marclay pero su galería no ha sabido explotar en absoluto la peculiar obra del artista y en lugar de estar abierta 24 horas proyectando el video de 24 horas que Marclay ha creado con tanto mimo -24 horas de imágenes de películas con relojes dando la hora que coinciden con la hora real-, sólo tiene horarios de galería normal. Menos mal que ahora tenemos youtube y al menos he podido explorar su trabajo, fascinante por cierto:



Pero Nueva York tiene muchos artistas anónimos que no se ven en las galerías y que contribuyen a que una frustrante tarde artística se vea compensada por el arte espontáneo. Indudablemente los mejores son los artistas que lo son sin ser conscientes de ello, por ejemplo este señor que se pasea por la ciudad con un maniquí en la mano para vender 'ropa interior Michelle Obama':


Y siempre hay maravillosos descerebrados que por carambolas del destino hacen arte de forma espontánea. Quién sabe, por ejemplo, el origen de esta hermosa escultura urbana, la más bella que vi anoche:


En realidad el arte no debería estar solo en las galerías si no en las calles, en las casas, en los hospitales, en los ministerios, en los sitios donde vive la gente, no en sitios creados a propósito para mostrarlo. Lo dice Raquel Sacristán, una artista que esta semana piensa devolverle a la naturaleza unos patos disecados en una suerte de ritual en Barcelona. Olé!

Feb 15, 2011

El invierno del blog y el periodismo



Ayer leí un artículo que se titulaba '¿El fin de los blogueros?', sobre como la tendencia a bloguear empieza a caer en picado en Estados Unidos -al contrario que en España, que siempre va con un par de años de retraso respecto al imperio en estas cosas- y pensé si estaría cerca el fin de mi propio blog, ya que llevo tres meses sin pisarlo. No, de momento no hay funeral. Me gusta escribir y me gusta poder hacerlo libremente y poder contar experiencias que vivo en Nueva York y que no siempre consigo contar vía periódico o que quizás no tengan que ser contadas en un periódico. La finalidad de la prensa debería ser informar y en los blogs a lo que tendemos es a opinar, aunque lo camuflemos comentando la actualidad informativa o incluso contando experiencias vividas en primera persona que podrían ser noticiosas.

Pero nuestra voz personal está ahí, clara y alta. Y quizás nuestro sitio no sea hacerla oir en los diarios sino en lugares apartados como este, para no añadir ruido a la información, o no contribuir a que empresas como the Huffington Post se enriquezcan a nuestra costa. Vendido recientemente por 315 millones de dólares, el HuffPo tiene 6000 blogueros que escriben... ¡¡gratis!! !Y lo ha adquirido AOL, que tiene a cientos de periodistas cobrando 15 dólares por artículo (que es casi peor que escribir gratis)!

Yo también escribo gratis aquí pero al menos si algún día alguien se interesa económicamente por este blog yo, al contrario que los 6000, ganaré algo con mi voz. No sé, es una reflexión que se me ocurre después de perderme por enésima vez tratando de encontrarle un sentido a ese bosque sin podar que me asfixia cada vez que entro en el area de blogs de cualquier medio informativo. Suelo huir de allí espantada, como de una tertulia televisiva, a las que siempre tuve alergia. Aunque claro, esos blogueros, o esos tertulianos, tienen mayor exposición pública bajo ese paraguas, y por eso le venden su alma al diablo. Por la posibilidad de llegar a forrarse algún día, respetable ambición, dadas las circunstancias de nuestra profesión.

Cosas que te encuentras en Nueva York mientras no blogueas

Mi amiga Idoya me advierte: ni Steve Jobs pensaba en forrarse cuando se inventó Apple. Hay que hacer las cosas porque crees en ellas, no por la pasta. Lo comparto. Y por eso escribo gratis aquí, en un blog entre millones, y escribo solo cuando tengo tiempo y algo que decir, porque ni siquiera he podido pensar que a este blog le podría sacar dinero (¿de verdad aún es posible?). Mi vida es una carrera por la supervivencia en la que se junta el trabajo que me gusta y no me alimenta con el trabajo que necesito para pagar el alquiler con el trabajo de aprendiz de cineasta. La conclusión es que si además quiero vida privada y separar mis ojos del ordenador, bloguear, por mucho que me guste, se convierte en tarea titánica. Me levanto cada día con el objetivo de ser superwoman pero me acuesto descubriendo que soy sólo una woman, a secas, sin super. Y lo peor es que ahora resulta que soy el modelo a seguir.

Esta no soy yo, es la niña del exorcista, a la que conocí este mes y
de la que hablo más abajo pero a este paso cualquier día amanezco así.

A una querida amiga, una de las mejores periodistas que conozco, la acaban de echar a la calle después de una década trabajando para la que antaño fue una empresa periodística respetable. La han echado bajo ese vomitivo eufemismo llamado 'baja incentivada'. Me fascinan los eufemismos en general pero los del lenguaje económico me dejan sin palabras (hay hasta un libro sobre el tema, Euphemania) Una baja incentivada es un despido envuelto en un lazo rojo: una patada y más dinero del habitual. Pero sigue siendo un despido, entre otras cosas porque o lo coges por las buenas o luego te despiden oficialmente por las malas. Compañeros como ella ahora tienen que plantearse cómo aprender a vivir en la precariedad: es decir, como aprender a vivir como yo, con ingresos que menguan de manera inversamente proporcional a la experiencia y al reconocimiento profesional. Los elogios que recibo por mi trabajo viajan en dirección opuesta a mis ingresos: mientras los primeros crecen los segundos encogen y yo cobro menos ahora que hace una década.

En el mundo de los que manejan los hilos de la economía y toman las decisiones que afectan a mi amiga y a mí, ocurre exactamente lo contrario: entre el 2009 y el 2010 los 57 multimillonarios que residen en Nueva York, ganaron colectivamente 19.000 millones de dólares más que el año anterior. Y eso que estamos en crisis, como siempre se excusa el alcalde (uno de los 57), quien debería rebautizarse Bloomberg Scissorhands, de la cantidad de recortes que le está metiendo a todo lo que convierte una ciudad en un lugar mas civilizado (transporte, salud, educación...). No hace falta llegar tan arriba: quienes compran, venden, dirigen y arruinan empresas no suelen irse a la calle precisamente con los bolsillos vacíos. Idem con banqueros y similares. Lo que aún no entiendo es por qué solo salen a la calle en Egipto y alrededores, como si en nuestro occidente ejemplar hubiera democracia. Y cito aquí una reveladora reflexión al respecto de Bob Herbert.


Estas son algunas de las cosas en las que he estado pensando estos tres meses mientras me pluriempleaba, sobrevivía al frío y no blogueaba. Confieso que apenas he pisado la calle, podría haber vivido en Nueva York o en Ohio, da igual, cuando los días se suceden a quince bajo cero yo vivo anulada y entre muros. Eso sí, he tenido el gusto de conocer a la niña de El exorcista, instalada en el Museum of Moving Image; he viajado a Colorado, donde entrevisté a Nicholas Carr y hablé con él sobre las destructivas distracciones de nuestra existencia digital; me reí cada mañana frente al muñeco de nieve chino de la foto -fue durante semanas un vecino más de mi barrio, Chinatown-, asistí a un concierto de NAICA, grupo al que no hay que perder la pista, sobre todo los lectores españoles, porque se mudan a España; escribí una guía sobre Nueva York, que se publicará en los próximos meses; conocí a una coleccionista de arte que me hizo envidiar una jubilación dorada a la que mi generación no puede aspirar y seguí trabajando en la distribución de mi documental, sobre el que podéis encontrar información en www.survivingamina.com


Poco más. ¿Debería haber escrito sobre todo ello? Quizás pero no me sentía con fuerzas y me daba miedo aburrir. Y eso es lo primero que hay que ahorrarle al lector, aburrimiento. Ese fue mi compromiso cuando me inventé cronicasbarbaras. Con el fin del frío y del exceso de pluriempleo yo estoy en plena resurrección vital. Seguiré contando grandes y pequeñas historias de Nueva York y aledaños. Si es que aún me quedan lectores...