Sep 10, 2010

EL 11s Y LA NADA

This time in Spanish

Sobretodo recuerdo el desconcierto, la adrenalina y el silencio pastoso frente a un televisor lisiado en el que apenas se adivinaban, tras una imagen carcomida por una antena defectuosa, la silueta de dos edificios echando humo. El tejado de Brooklyn donde tantas noches disfrutábamos de la luna y el skyline se convirtió en la platea soleada desde la que, con legañas aún pegadas a los ojos, descubrimos que una de las Torres Gemelas escupía humo negro. El segundo avión lo vi estrellarse en la televisión de mis vecinos Anne y Tommaso, que años después vivirían su propio 11S con la enfermedad de su hija Amina. Anne acababa de dar a luz a su primer hijo, Francesco. Y miraba la televisión conteniendo las lágrimas mientras abrazaba muy fuerte al bebé. Yo, que la noche antes me rompía en casa de una gran amiga bajo un pesadísimo mal de amores, desperté lenta, sin acabar de entender nada, abotargada por una gripe, resaca y dolor de corazón privado. Pero de repente, todo lo personal quedó sepultado bajo las torres. Lo que estaba pasando ahí fuera era tan grande e incomprensible que se impuso de golpe sobre cada una de nuestras vidas pequeñas.

En casa, en The Family, nunca faltaba gente. Había artistas, periodistas y cineastas y un grupo de gallegos de visita que aquella mañana tenían previsto haber ido a ver las torres muy temprano, pero gracias a las muchas copas que nos bebimos juntos la noche anterior, se quedaron dormidos. Una juerga providencial. Enseguida pusimos en marcha varios equipos de trabajo. Nos vendimos al mejor postor: todo el mundo en Europa quería palabras, imágenes, testimonios. Supongo que fue la semana dorada del freelance: es la oscura ironía de las catástrofes, los periodistas que están en el sitio justo en el momento justo, se forran. Luego se vuelve a la normalidad: pasar hambre.

Quisimos cruzar el puente de Williamsburg pero la policía no nos dejó. Fue desde allí donde vimos como las torres se desmoronaban. No sentí nada, solo rabia por no haberle dado al 'rec' de la cámara en el momento preciso. Asqueante frialdad periodística. Los sentimientos, en esos momentos, se esconden en alguna parte de las entrañas para poder trabajar y luego estallan imprevisiblemente cuando menos te lo esperas. En mi caso, fue casi dos días después, volviendo a casa, agotada y sin dormir tras caminar por la zona cero y el resto de la ciudad con la cámara al hombro escuchando demasiadas historias trágicas. Una señora me ofreció su asiento en el metro y el gesto me hizo echarme a llorar. Otros lloraron conmigo. Vaya número lacrimógeno, ahora al recordarlo me parece una imagen sacada de una tv movie barata, pero es lo que yo viví. Y entonces hasta me pareció entrañable por lo improbable de la situación.

Luego vinieron semanas muy borrosas. Cada avión en el cielo te provocaba ansiedad. Cuando sonaba el teléfono se te aceleraba el corazón. Cruzar un puente daba mal rollo. Meterse en el metro también. Escuchar una sirena policial te erizaba los pelos. Los arrestos indiscriminados se multiplicaron. Y los pocos que se atrevieron a criticarlo, acabaron convertidos en ‘anti-patriotas’. A los periodistas extranjeros nos pincharon los teléfonos. Nos quitaron las credenciales para cubrir sucesos en la calle. Todos éramos sospechosos.

La culpa de la paranoia colectiva fue de la televisión. Escucharla era un infierno: el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina y sólo Bush podía evitarlo. Guerra. La palabra empezó a llenar las bocas de todos esos presentadores insoportables que pueblan la tele americana y que por alguna razón incomprensible fascinan a los periodistas del resto del planeta. Supongo que es por su talento para mantenerse en antena durantes horas y ser capaces de no decir absolutamente nada. Cuántas horas de ‘nada’ llenaron la prensa los meses siguientes al 11S. Bush y su cuadrilla supieron hinchar la nada con un par de malos para la película, Osama y Saddam. Los utilizaron para hacer terrorismo psicológico contra sus propios ciudadanos. Y funcionó. Tardaron menos de un mes en invadir Afganistán. Y en poco más de un año entraron en Irak. Siete años después, con el mundo en mucho peor estado que entonces, Obama anuncia que retira sus tropas de aquel país hoy convertido en triste y peligroso polvorín.

Hace nueve años del 11S y el vértigo que nos nubló colectivamente la vista ya amainó hace mucho. Todos hemos vuelto a mirar a nuestro mundo pequeño y privado. En el mío falta alguien: mi amigo Julio Anguita Parrado, al que mataron en Irak mientras trabajaba empotrado como periodista en esas tropas que transformaron la nada en guerra. Bush, Rumsfeld, Condoleezza ya no están ahí. Pero su nada dejó nueve años de muertos a su paso cuyos nombres yo desconozco y nadie leerá el sábado en la zona cero. El nombre de Julio lo puedo repetir y repetir. Y sobre todo hoy, lo quiero repetir en alto. Aunque la nada lo siga llenando todo.


Julio.

Sep 2, 2010

BRING BACK THOSE ROARING 20's!!!

This time in Spanish





El pasado fin de semana ocurrió: Governor's Island se llenó de flappers, de sombreros elegantes, de calcetines a rombos, de collares de perlas, de mujeres de aire exquisito con trajes vaporosos, de charleston, de gramófonos y de trompetas. Era el Jazz Age Lawn Party, con la Michael Arenella Dreamland Orchestra. Probablemente la mejor fiesta temática anual de la ciudad junto a la Mermaid Parade. Casualidades neoyorquinas, Aranella había sido mi roommate años atrás. Siempre vestido como quien acaba de salir de un libro de Scott Fitzgerald, nunca tuvimos química ni nos hicimos amigos pero siempre pensé que era un músico excelente y tras escucharle el otro día lo reitero: este artista y su banda tienen talento. Me hicieron feliz al convertir esa pequeña isla neoyorquina en un viaje maravilloso al pasado que me hizo soñar con Dorothy Parker, Duke Ellington y una época del planeta marcada por el progresismo ideológico que hoy debería ser un punto de referencia para todos. Y además, bailé sin parar, transmutada en flapper junto a mi inseparable compañera de disfraces, Idoya. (sigue abajo)







En cambio, los gurús de las tendencias se empeñan en vendernos otra vez los años ochenta, con esa pinta infame que teníamos todos. Y juro que fui fan absoluta y entregada de Depeche Mode (mis dioses de entonces), Sister of Mercy y todos aquellos grupos que iluminaron con su oscuridad mis teen years. Tuve cresta y guardapolvos pero si pudiera elegir, votaría por el regreso de los twenties y por ser flapper forever. Después de ver este video, os incito a desear otra cosa. No podréis!!