Sep 10, 2011

PORNOGRAFÍA EMOCIONAL DE UNA CATÁSTROFE

Hace dos semanas que los neoyorquinos somos nuevamente víctimas del 11S. Pero esta vez el culpable no es ese enemigo indefinido llamado terrorismo si no nuestra prensa, nuestro gobierno, nuestras instituciones culturales y hasta nuestros intelectuales, culpables por ausencia (¿dónde están???). Vivimos sumergidos en la pornografía visual y emocional del 11S y yo, como muchos neoyorquinos, me declaro saturada y horrorizada, sobre todo ante la lluvia de imágenes que incitan a la lágrima fácil y ante la ausencia de análisis crítico tanto en lo que leo como en lo que veo en televisión o incluso entre las muchas exposiciones y actos culturales que explican/explotan el ubicuo logo 'aniversario 11s'. Me siento como el protagonista de aquella escena de La Naranja Mecánica, de Stanley Kubrick, al que sentaban frente a un monitor, le mantenían los ojos abiertos a la fuerza y le obligaban a devorar contra su voluntad millones de imágenes de violencia 'para curarle'. A nosotros, en cambio, se limitan a inyectarnos una nueva dosis de miedo, para que no podamos disfrutar de la paz que el paso del tiempo otorga a quienes han sufrido. Una amiga me comentaba esta mañana: "Me sorprende cómo nos prohibieron ver las imágenes de la gente que se tiraba por las ventanas cuando aquello ocurrió, aunque las de los aviones estrellándose se repetían a todas horas. Diez años después no sólo podemos verlas todas si no que nos las disparan sin filtro, sin pudor, 24 horas al día, con la excusa de que la ciudad está conmemorando la tragedia y ya está lista para ver ciertas cosas". A los muertos iraquíes o afganos, después de una década, aún no los he visto. Pero lo realmente terrible es que la ciudad no está llorando a sus muertos o celebrando un luto, simplemente se ha entregado al bombardeo visual despiadado, tortura y terrorismo emocional en estado puro.

Ayer miraba unas fotografías de la zona cero en una de las múltiples exposiciones dedicadas al tema y trataba de entender por qué me entraba dolor de estómago y se me saltaban las lágrimas. "Te estaban removiendo un trauma" me dice una compañera. Y así llevo dos semanas. Otros amigos en cambio, que no vivieron los atentados en la ciudad, me decían frente a las mismas fotos: “A mi me aburren” o, “artísticamente no me dicen nada, son solo un documento”, o “no me dan la dimensión del desastre”, pero sobre todo, “me dan igual, he visto demasiadas”.

No debe ser científicamente correcto medir los 'niveles' de trauma aunque me atrevería a decir que comparado con el que sufrieron los ruandeses que sobrevivieron al genocidio de un millón de personas en su país, o para los iraquíes que han aguantado una guerra de ocho años, o para los yugoslavos que estuvieron sitiados en Sarajevo, "nuestro trauma", exceptuando a aquellos a los que la muerte les tocó de cerca, es una nimiedad. Al fin y al cabo, apenas duró una mañana. Y al día siguiente, nos animaron a salir de compras, que es como dicen que se solucionan todos nuestros problemas en este siglo (aunque a juzgar por los números todos nuestros políticos llevan al menos diez años equivocándose).

Pero aunque nuestro trauma fuera pequeño en comparación a la actual hambruna de Somalia, por ejemplo, no existe otro trauma en la historia tan documentado y tan mediatica y políticamente explotado. Desde el 12 de septiembre del 2001, todo el planeta ha vivido bajo el discurso del miedo, y diez años después, ahí seguimos. Tras la muerte de Bin Laden el discurso no ha cambiado si no que se ha vuelto aún más sofisticado, como corroboramos otra vez estos días, cuando nos vuelven a elevar las alarmas terroristas contra un enemigo, ‘el otro’, desconocido, indefinido, sin rostro, ni nombre y por tanto mucho más amenazador que el propio Bin Laden, (que con el pasar de los años era casi como de la familia!).

Para el resto del mundo el 11S fue un espectáculo visual, fascinante e hipnótico en el que estos días se regocija la prensa mundial y local con un desparpajo obsceno. La vergonzosa explotación visual de los atentados me ha vuelto a provocar los ataques de ansiedad que tuve después del 11S, tras vivir durante meses en una ciudad físicamente tomada por soldados y policías armados como en una dictadura. Fue quizás la época más oscura de Nueva York, cuando una palabra tiñó nuestro otoño, ántrax, y la psicosis era tal que hasta el azúcar era sospechoso; las sirenas de bomberos y ambulancias nunca dejaban de sonar, los aviones surcando el cielo te hacían dudar, y el olor inconfundible y desasosegador de la zona cero era nuestro desayuno diario, sobre todo si eras periodista y te tocaba pasar tus jornadas por allí. Y si hacías demasiadas preguntas, y encima eras extranjero, te miraban con desconfianza y te tachaban de anti patriota. La prensa estadounidense enloqueció, exactamente igual que ahora y el espíritu Judith Miller tomó por asalto incluso a los diarios más respetables, idiotizando su capacidad crítica.

He tenido la suerte de tener que escribir poco sobre este aniversario y por tanto no he tenido que alimentar 'el monstruo'. Aún así, como simple ciudadana, si yo estoy sufriendo estos días, no me quiero ni imaginar cómo lo están pasando quienes perdieron su casa, su trabajo, su negocio, sus padres, sus hijos o sus amigos. Lo repito, terrorismo emocional. No hay posibilidad de saber qué pasa en el mundo. Una vez más, "el mundo empieza y acaba en Nueva York. Y por favor, recuerde, tenga usted miedo" parecen decirnos a través de fotos de bomberos rotos de dolor, de niños que dibujan aviones o de nubes de polvo sobre oficinistas que huyen de Manhattan.

Pero hay quien ha sabido ir más allá de ese morbo violento que busca carroña entre las memorias de bomberos y familiares y ha hecho reflexiones verdaderamente interesantes sobre este mundo post 11S. "Hace falta cambiar el pensamiento relacionado con el 11S. La respuesta política al 11S ha sido lamentable" escriben dos filósofos británicos, Brian Evans y Simon Critchley en un artículo en el que hablan de las bases del documental Ten Years of Terror, que tuve la suerte de ver en el Guggenheim -aún hay proyecciones el lunes y el martes- y que realmente ha sido la reflexión más interesante sobre los atentados con la que me he tropezado. Desde el domingo 11S las entrevistas que forman ese documental también estarán online en la web histories of violence ,donde pensadores como Noam Chomsky o Saskia Sasse nos dan su visión histórica y teórica sobre aquella fecha y su relación con la violencia . Porque los atentados, más allá de su impacto contra la ciudad o el planeta, marcaron una nueva etapa de violencia de los gobiernos contra sus habitantes. Ofuscados por tantas fotografías de héroes carbonizados y torres en llamas que invitan al miedo y la congoja, estos días resulta fácil olvidarse de que ése es el verdadero y único significado de los atentados. Mi amigo el periodista Julio Anguita Parrado fue una de las víctimas de esa violencia, como lo han sido los cientos de miles de víctimas de las dos guerras 'economico-santas' nacidas del 11S. En homenaje a ellos creo que mañana, 11S, apagaré la televisión, no leeré los periódicos y por primera vez en mi vida me iré sonriente a un desfile de la semana de la moda contenta de entrar en el universo-burbuja del dedal y feliz de escapar, al menos por un día, del universo enfermizo creado alrededor de este aniversario.

Brian Massumi, uno de los pensadores del documental Ten Years of Terror analiza con ironía la ideología del absurdo construida tras los atentados.