Feb 16, 2012

TALIBANES DE OCCIDENTE Y BURKAS JUDÍAS EN WILLIAMSBURG



Esta foto la tomé recientemente en un avión con destino a Nueva York. No se trataba de la peluca de alguna chica moderna cuidando de su arma secreta de cara a lucirla en la Semana de la Moda. La propietaria era una mujer de religión judío-ortodoxa.

Antes de vivir en la ciudad de los rascacielos yo no tenía ni idea de cómo vivían las mujeres de esa religión. Sí sabía cómo vivían millones de mujeres en Afganistán o en otros paises radicalmente musulmanes, burka incluida. La prensa lo denunciaba a menudo, sobre todo en las semanas que precedieron y siguieron a la invasión de Afganistán. Había que justificar la guerra y las mujeres eran una estupenda excusa para añadir a la otra tonelada de excusas con las que movilizar el aparato militar estadounidense. (diez años después de la invasión su vida apenas ha cambiado).

En esa época, año 2000- 2001, yo vivía en el barrio de Williamsburg, en Brooklyn, que antes de ser completamente invadido por jóvenes de diseño contaba (y aún cuenta) con una gran comunidad de judíos hasídicos, una rama ultra ortodoxa de la ortodoxia judía.

Esto es el pdf de un reportaje sobre el barrio que publiqué
en el difunto Tentaciones de El Pais en el año 2000.

Solía ir a nadar a la piscina del barrio, donde un día descubrí con pasmo y horror una larga fila de pelucas en los vestuarios. Había ido en el horario 'sólo mujeres', que es el que aprovechan las judías ortodoxas para hacer ejercicio lejos de las miradas masculinas, algo que tienen estríctamente prohibido por su religión, que no les deja mostrar carne. Por eso en verano, a cuarenta grados a la sombra, se las puede ver sudando como pollos mientras cruzan el puente de Williamsburg con medias y manga larga y por eso en la piscina no utilizan bañador, van cubiertas con camisetas largas o sotanas que les llegan hasta las rodillas. Que alguien me diga que eso no es tortura. (mirarlas lo era)

Y a menos que estén solteras (las casan en la adolescencia), todas llevan la cabeza rapada y viven con una peluca en lo alto, porque así lo dicen las sagradas escrituras (según su interpretación). Es un símbolo de modestia. Igual que las mujeres musulmanas tienen que cubrirse la cabeza con un velo, las ortodoxas, después de casarse, tienen que llevar peluca puesto que "un pelo de una mujer puede desviar al hombre de su camino", vienen a decir más o menos ambas religiones.

Foto borrowed from Fancy Magazine.

Curiosamente occidente pone el grito en el cielo ante el velo musulmán, lo convierte en un conflicto de estado (Francia) y escribe en contra, cuando, al menos esas mujeres, pueden llegar a casa, quitarse el velo y lucir melena frente a sus maridos o familiares, además de trabajar y relacionarse con el resto del planeta. Las hasídicas están obligadas a relacionarse unicamente con la gente de su comunidad - mis intentos de hablar con ellas en la piscina siempre fueron infructuosos-. Una vez casadas, dejan de tener derecho a ser bellas, las rapan, les plantan la peluca y esa ropa años treinta post-crash económico (la modestia, otra vez), las ponen a criar niños como conejas - basta darse una vuelta por el sur de Williamsburg para comprobarlo- y adiós a la vida como ser humano con derecho a elegir.

foto del flickr de Lindsaypunk

Pero sus maridos, en lugar de pegar tiros contra occidente, como los talibanes afganos, son parte integral de occidente: la mayoría de esos edificios en los que hoy residen los hipsters de Williamsburg son propiedad de judíos ortodoxos, millonarios que contribuyen sustancialmente a la causa israelí, enviando a ese país gran parte de sus beneficios. Nuestro casero de entonces en The Family Productions era uno de ellos y te lo contaba tranquilamente.

Recuerdo un bar muy divertido que había al lado de mi casa, Boogaaloo, en una calle donde aún se mezclaban latinos, judíos, blancos y negros y donde a veces pegaban algún tiro. Y uno de esos judíos hasídicos con rizos y gafas de culo de vaso (no tengo exactamente claro por qué la mayoría de ellos son desmesuradamente miopes desde la infancia) a veces entraba en el Boogaaloo, solo, se sentaba en la barra, bebía y miraba. Era una rareza ya que es una comunidad que no se mezcla con el resto y por supuesto los bares son lugares satánicos a los que no se acude. Obviamente sus incursiones eran clandestinas: debía ser un tipo con curiosidad y ganas de saber qué había en el mundo exterior. Pero si hubiera decidido entrar de lleno en ese mundo, habría tenido que renunciar a su familia, a sus amistades, a su trabajo y vivir en Nueva York como un recién nacido, solo. Los ortodoxos no perdonan el 'abandono'.

Me he encontrado con esta historia sobre una mujer hasídica disidente en la revista New York Magazine pocos días después de sacar la foto de la peluca. Creo que merece la pena leerla y preguntarse por nuestro doble rasero para mirar hacia determinadas injusticias.

Vista del puente de Williamsburg, separación entre dos mundos.

Feb 11, 2012

ARTE Y MODA, ESE EXTRAÑO MATRIMONIO


Obra de Ouattara Watts. Foto: Billy Farrell agency.

El día en que Jean-Michel Basquiat murió de sobredosis, su amigo el pintor Ouattara Watts le esperaba en el aeropuerto con un billete de avión. Hacía semanas que preparaban un viaje juntos a Costa de Marfil. Watts había exhortado a Basquiat a dar el paso definitivo, desengancharse de la heroína, y como hacen los buenos amigos, le había ofrecido ayuda, en este caso su casa, a muchos kilómetros de Nueva York, en el continente que abandonó de adolescente para abrirse camino en París. Pero Basquiat nunca llegó a tomar ese avión, el caballo fue más rápido y se lo llevó en volandas con 27 años, la edad maldita.

Ouattara Watts. Foto: Billy Farrell Agency.

Watts tenía entonces 30 años. Era un pintor recién llegado a Nueva York al que Basquiat había conocido unos años antes en París y con el que entabló una fuerte amistad. ¿Cuántas historias hay así, de amigos que se ayudan a dar grandes o pequeños pasos en la vida? "Vente a Nueva York, yo te apoyaré" le dijo Basquiat. Ouattara lo hizo y consiguió su primera exposición en la ciudad precisamente en Vrej Baghoomian, una de las galerías que por aquel entonces se rifaban a Basquiat y que según cuenta la leyenda, le abrió las puertas a Ouattara precisamente a petición del pintor neoyorquino.

Camareros listos para la inauguración de Ouattara Watts.
(Ver para creer). Foto: Billy Farrell Agency.

Por aquel entonces Basquiat era ya una celebridad en lucha por no ser fagocitada por su éxito y sus inauguraciones atraían a toda la comunidad artística neoyorquina, en la que se mezclaban, de forma natural, personajes célebres y no tan célebres de todos los sectores de la música, el cine, la moda y las artes plásticas. Aún no existía la tiranía de las empresas de relaciones públicas, que ya comenzaban a emerger pero aún carecían del poder absoluto que hoy tienen. Digamos que la vida fluía con más naturalidad, entre otras cosas porque el mundo del famoseo aún no se había convertido en el desmesurado negocio comercial que es hoy. (Para entendernos, en la puerta aún no había tres macizas en minifalda con una lista para controlar el acceso a las inauguraciones).

Dos obras de Ouattara Watts. Foto: Billy Farrell Agency.

A finales de los ochenta el mundo de la moda y el del arte mantenían buenas relaciones -Warhol ayudó mucho- pero aún no se habían convertido en matrimonio. Hoy en cambio, el intercambio de anillos entre ambos sectores produce eventos como los que estos días, con motivo de la Semana de la Moda, inundan Nueva York y que a mi me desconciertan: exposiciones con un millar de invitados que no tienen ni idea de quien es el artista que inaugura pero que acuden a ver y dejarse ver como el que va a un club de moda porque así lo dice el guión de la socialización (o el negocio).

Inauguración de Vertigo, de Ouattara Watts, el pasado martes.
Foto Billy Farrell Agency.

El pasado martes Ouattara Watts, un artista al que conozco y aprecio desde hace años, se convirtió en el protagonista de uno de esos extraños eventos. La inauguración de su exposición Vértigo, organizada por el nuevo prototipo de galerista de moda, Vladimir Restoin Roitfeld, de 27 años, era el sitio en el que había que estar en Nueva York esa noche si eras alguien. Horas antes de la inauguración, en mi buzón ya había un email (de una gran agencia de relaciones públicas) con una lista de los 300 famosos que habían confirmado su asistencia a la exposición. Organizada en un espacio de los que se conocen como pop-up galleries (galerías temporales que ocupan durante una o dos semanas espacios industriales en ciudades como Nueva York, Londres o París) Vladimir Restoin Roitfeld, hijo de la poderosa ex directora de Vogue Francia Caterine Roitfeld, (y apadrinado por Mario Testino) obtenía así un golazo: convertir la inauguración de este artista reconocido por la crítica pero aún no célebre 'a lo Damien Hirst', en uno de los eventos estrella de la Semana de la Moda, que quedaba así oficialmente inaugurada.

Hacía tiempo que no veía tanta gente guapa junta, claro que tampoco soy muy adicta a los encuentros 'de moda'. En la sala se entraba -previa demostración de tu presencia en la lista- a través de un angosto pasillo oscuro que desembocaba en un loft gigantesco donde te encontrabas con una jauría humana de famosos y pseudofamosos, decenas de modelos rusas impresionantes con sus escotes envueltos en pieles y chicos elegantísimos e inexpresivamente guapos sorbiendo vino 'de a poquito' como para salir bien en la foto. La exclamación generalizada era "Vaya fiestón, póngame otra copa", nada de "Uf, qué bonito cuadro". "Ah pero... ¿esto es una inauguración?" escuché preguntar a un chico muy moderno.

Vladimir Restoin Roitfeld. Foto: Billy Farrell Agency

Con la ayuda de todos esos nombres de la moda alrededor de los que se crió, y con el músculo que da el poder contratar una agencia de relaciones públicas que te garantiza la atención mediática necesaria -y los invitados mediáticos apropiados- el joven Vladimir aspiraba así a que Ouattara se convirtiera en objeto de deseo (de coleccionistas). Que es, en última instancia, a lo que debería aspirar un galerista. Parece claro que las estrategias comerciales han cambiado, aunque no estoy aún segura de los resultados. Le preguntaré a Ouattara.

Él es un pintor con mucho talento pero eso no siempre basta para conseguir el reconocimiento profesional. El timing es fundamental. Estar en el sitio justo en el momento justo. Así conoció a Basquiat, que tanto le ayudó pero luego tuvo que seguir peleando duro por labrarse una carrera y creo que a sus 54 años su talento está probado.

No sé los detalles sobre cómo ha llegado a unirse al pequeño Roitfeld pero esa extraña inauguración, que en cierto modo parecía una versión actualizada a los tiempos (y a las listas) de las inauguraciones de Basquiat, también ofrecía, para quien quisiera mirar, la posibilidad de ver una quincena de grandes lienzos neo expresionistas con las últimas creaciones de Ouattara Watts. De momento aún pintor, no celebridad. (Puede verse hasta el 19 de febrero en el 560 de Washington St, NY).

Normalmente son precisamente quienes carecen de talento los que suelen beneficiarse de las modas y el dinero. Outtara Watts podría ser la excepción a la regla. "Mil invitados" decía un email que me llegó más tarde. Me pregunto cuántos recordarán hoy su nombre o sus obras. Pero apuesto a que alguno, en el fulgor de la glamurosa fiesta, proclamó que compraría un cuadro. De ahí al estrellato solo hay un paso. Basquiat no lo resistió. Apuesto a que su amigo, con la sabiduría que dan los años, se reirá de todo el proceso cuando sea viejo.