Sixto Rodriguez no fue profeta en su tierra. Suele ocurrir con muchos grandes. Con demasiados, diría yo. Hasta que anoche no vi el documental Searching for Sugar Man no tenía ni idea de quien era este extraño y fascinante cantante folk que solo editó dos discos excepcionales y al que su productor y gente de la industria que trabajó con él comparó en su momento -finales de los sesenta, principios de los setenta- con el mejor Dylan. Pero al contrario que el bardo más famoso de Estados Unidos, sus discos no hicieron caja y en el reino del dinero, si no lo produces no existes, por mucho talento que tengas (o lo que es peor, el dinero te hace existir incluso cuando no tienes talento).
Pero para Rodriguez, el ostracismo americano ha terminado. Hordas de hipsters y modernos (que llenaban el cine en el que vi este documental premiado en Sundance tanto por el público como por el jurado) pronto consumirán y venerarán la música de un artista de Detroit con nombre latino,
que cantaba en inglés y que pese a ser ignorado por la América de los setenta resulta que en el otro extremo del mundo se convirtió en fenómeno de masas, aunque Rodriguez tardó treinta años en saberlo.
Sus canciones, combinación perfecta de poesía, crítica social y atrevimiento (ya quisieran escribir así los hipsters de hoy), se convirtieron en uno de los símbolos de la contracultura y la lucha contra el apartheid de toda una generación de sudáfricanos que creció creyendo que Rodriguez había muerto suicidándose en público durante un concierto a principios de los setenta.
La realidad es que Rodriguez estaba y está aún vivo y lleva cuarenta años haciendo trabajos de demolición en Detroit, esos trabajos duros que habitualmente nadie quiere hacer en una ciudad en la que la palabra esperanza dejó de existir hace muchos años. Rodriguez no tenía ni idea de que en Sudáfrica era incluso más célebre que Elvis Presley y por supuesto nunca cobró un dólar de aquel millón de discos que llegó a vender en su momento en un país que tres décadas más tarde, al descubrir que aún estaba vivo, le acogió con inmensos honores. (impagable la entrevista con uno de los responsables de Motown Records tratando de minimizar el tema del dinero)
El documental está francamente bien hecho, más de uno debería verlo y aprender a resolver con talento una narración en la que faltaba la principal materia prima con la que se hacen los documentales sobre músicos: sus actuaciones en directo. En el caso de Rodriguez solo hay metraje de algún concierto en Sudáfrica casi treinta años después de la edición de sus discos... y tal como está contada la historia, con el suspense de quien se embarca en una búsqueda improbable que parece imposible (encontrar a un cantante estadounidense que toda América desconoce) ese material no podía utilizarse hasta el final del filme. Cuidadas animaciones suplen esas carencias, creando además una atmósfera intimista que le da aún más fuerza a la narración.
Lo más extraordinario de esta historia, además de la música, quizás sea descubrir, en unas pocas pinceladas, al propio Rodriguez. No todo el mundo vendería su alma al diablo por el éxito y los 15 minutos de fama. Rodríguez resulta ser un personaje modesto, fuertemente comprometido con la política y con la defensa de la clase trabajadora, un tipo de izquierdas, al estilo tradicional, a lo Pete Seeger en cierto modo, un tipo que cuando descubre su éxito y comienza a dar conciertos en Sudáfrica no se muda a una casa más linda ni se liga a la chica más guapa si no que dona gran parte de sus ganancias a amigos y familiares. Al terminar la película seguiremos sabiendo muy poco de él pero el espectador se llevará a casa un sentimiento poco común: el respeto por un artista con mayúsculas que no le hace sombra a la persona (el mundo de los genios está lleno de grandes artistas que no fueron grandes personas). Y muchas lágrimas, porque el cine hecho con poesía hace llorar.
CronicasBarbaras nació en Nueva York, se mudó a Londres y ya no tiene fronteras. Grandes y pequeñas historias que ocurren en el mundo y alrededores. Big and tiny stories about the world and surroundings. In English and Spanish, depending on the mood.
Sep 22, 2012
Sep 18, 2012
OWS: HISTORIA AGRIDULCE DE UNA REVOLUCIÓN
17 septiembre 2012
Ayer se cumplió un año desde aquel 17 de septiembre en el que escribí por primera vez sobre Ocupa Wall Street. Ante su primera convocatoria, en la prensa nadie daba un duro por ellos. Yo fui afortunada: un jefe de Madrid con olfato me escuchó y me dejó publicar la primera crónica, la de su primera manifestación aquel 17 de septiembre, a la que siguieron muchas otras. Eso sí, al principio solo se publicaban en internet porque aunque los periódicos españoles dicen que su apuesta es la red, lo cierto es que solo permiten que llegue al papel lo que consideran 'realmente importante', un criterio que nadie me ha llegado a explicar con claridad y que imagino que para los lectores que no compran papel (la mayoría), es absolutamente irrelevante.
¿En qué momento se convirtió OWS en 'noticia' como para llegar al papel? Cuando hay manifestaciones los responsables de los periódicos suelen preguntar "¿hay follón? ¿ha habido bronca? ¿han arrestado a mucha gente?". Es decir, las protestas son noticia cuando hay números y violencia que poner sobre el papel. Las ideas, por lo general, si se expresan de forma pacífica pierden fuerza periodística, aunque sean válidas o incluso revolucionarias. Cosas (feas) del periodismo. (A Martin Luther King le costó varios años llegar a los periódicos).
En este caso "el follón" se montó un 2 de octubre, cuando 700 personas fueron arrestadas sobre el puente de Brooklyn. Y de repente, mis artículos llegaron al papel, y los de miles de periodistas a miles de rincones del mundo. De repente se hablaba de la profunda división entre ricos y pobres, de los efectos reales de la crisis hipotecaria -desahucios-, de la abrumadora deuda de los estudiantes, de la ficción del tan cacareado 'american dream', de los preocupantes conexiones entre Wall Street y la administración Obama (empezando por Timothy Geithner y Lawrence Summers). Y no solo se hablaba en la calle y en los periódicos: OWS llegó al discurso político, a la boca de Obama, del Congreso, de los senadores y hasta se discutieron con ahínco leyes como la 'millionaire tax', mientras la deuda de los estudiantes se convertía en una constante que hoy sigue asomándose a la campaña electoral...
El 99% se hace notar durante las protestas del año pasado.
Una protesta que comenzó timidamente y que en su primer día incluso defraudó por su baja asistencia a muchos de los implicados, comenzó a hacerse fuerte en una plaza anodina e inhospita del barrio de Wall Street. La comodificación abrumadora a la que llega la sociedad estadounidense permitió sin quererlo que Zuccotti Park se transformara en el cálido Liberty Square gracias a la imposibilidad de la policía de desalojar una plaza que pese a estar en el centro de la ciudad resultó ser de propiedad privada. Y así, de una idea utópica - ocupar wall street- nacía un ágora de pensamiento, reunión y discusión, un experimento en ciudadanía que le dio a esta urbe dura y egoista una pátina de humanidad francamente necesaria en la que un movimiento nacido de grupos de activistas tradicionales colisionó y se fundió con miles de personas sin background político que sin embargo, por primera vez en décadas, se atrevieron a cuestionar su propia sociedad y a expresar sus deseos sobre cómo mejorarla.
Matar el espacio físico fue esencial para dinamitar un movimiento cuyo mayor mérito creo que fue permitir que el ciudadano volviera a soñar con la posibilidad de un mundo mejor. Suena cursi pero no es ninguna chorrada. En un país tan hostil hacia el débil como Estados Unidos, y en un contexto mundial de crisis y ensañamiento precisamente con esa parte de la población, cuando Europa entera parece dispuesta a emular lo peor de Estados Unidos, imaginarse cosas que parecen imposibles no es poco.
Pero sin lugar de reunión ya no hay masa, y aunque la prensa cacaree a menudo sobre 'el poder de las redes sociales', el poder de la masa física sigue siendo imbatible (con la excepción de la ciberguerra). Y los políticos lo saben. (y volvemos a los números, es la masa la que lleva las protestas a la prensa). Y aunque tras el desalojo de Zuccotti Park miles de personas continuaron activas por todo el país y surgieron múltiples grupos que han seguido trabajando a lo largo de todo el año, generando ideas, debates, proyectos, el movimiento OWS "ha sido privatizado por unos cuantos líderes" me decía el otro día alguien que estuvo muy vinculado a él. Y encima, ya no era tan sencillo ir a su encuentro como cuando residía en la plaza. Quienes se asomaron a OWS desde la curiosidad y se vincularon al movimiento poco a poco, en cierto modo han quedado fuera de juego al entrar en acción las clásicas fórmulas de liderazgo y luchas de poder que acaban aburriendo o agotando a quienes ya no creen en la política clásica (que somos la mayoría).
Ayer volví a pasear por Zuccotti Park pero fue un paseo de sabor agridulce: quizás hubiera 500 personas pero los números aquí dan igual. Era lo que se respiraba en el ambiente, lo que se veía, lo que se sentía: un intento desesperado por resucitar un momento en un plaza que ya no es la que fue en un momento que también ha pasado. Y sin embargo, aunque allí hubiera mucho perroflautismo, muy poca mezcla social y racial, demasiados locos (de los de manicomio) y hasta gente vendiendo chapas (antes se regalaban), lo que aún flotaba en el clima de Zuccotti es la sensación de que los ciudadanos tenemos que hacer algo si queremos cambiar el negro destino que nos han pintado nuestros dirigentes. Cuando un tipo como Mitt Romney, que aspira y podría llegar a presidente, es capaz de decir sin despeinarse (ver el video de arriba que hoy es escándalo nacional) que su trabajo "no es preocuparse por ese 47% de la población que piensa que tiene derecho a la sanidad, a la comida, a una casa (...), a los que nunca convenceré de que tienen que tomar las riendas de su propia vida" (y no depender del gobierno) se impone realmente algún tipo de revolución. Así que aunque muchos declaren muerto OWS y otros movimientos como el 15M, es imprescindible reconocerles el mérito de haber puesto una semilla de duda, inquietud e indignación en la cabeza de millones de ciudadanos. Aprender a regarla y transformarla en acciones con efecto real es lo más difícil. Y no vale decir "es que este movimiento ya no es lo que era" e irse a tomar cañas. O culpabilizarlo por el triunfo de Rajoy en las elecciones. La situación es crítica y hay que atreverse a seguir imaginando que los ciudadanos podemos cambiar el status quo. Gritar "estoy harto", como hacía Peter Finch en Network, debería ser sólo el principio.
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