Llegué a Nueva York hace 13 años con la intención de trabajar como periodista freelance. En mi primera agenda, que me encontré en una caja hace pocas semanas, escribí algunos temas posibles con los que arrancar y que alguien me sugirió que podría vender bien desde la ciudad de los rascacielos. Entre ellos estaba el que da título a este post:
Una vez que aterrizas aquí, sobrevives y entiendes el
verdadero sentido del concepto triunfar en Nueva York, la perspectiva cambia radicalmente. Tanto, que a lo
largo de estos trece años, en los que he trabajado para tres diarios diferentes y múltiples revistas, me he dedicado a coleccionar junto a Sandro Pozzi una
carpetita con múltiples artículos publicados en todos los medios españoles,
(incluidos algunos firmados por nosotros) titulados, o más bien, retitulados
desde España ‘XXXX triunfa en Nueva York’. Ha sido una constante: lo más
abundante ha sido la procesión de delegaciones provinciales o gubernamentales que
han dilapidado el dinero público haciendo presentaciones peregrinas en Nueva
York: ha triunfado el jamón serrano, el aceite extremeño, el vino canario, el
arte valenciano… por no hablar de la moda española, que a juzgar por la
cantidad de titulares que ha generado debería ser el producto estrella en las
boutiques de Madison Avenue, donde en realidad brilla por su ausencia.
Sin duda, ayuda la financiación: si un diseñador o un ministerio se trae
desde España anualmente a un séquito de periodistas a la Semana de la Moda
neoyorquina (o cualquier otro sarao) para que cubran su desfile, año tras año él y otros españoles sin
duda triunfarán en Nueva York a efectos de prensa española. Otra cosa muy
diferente es aparecer en la prensa neoyorquina. Y sobretodo, sobrevivir
comercialmente en Nueva York.
Lamentablemente los políticos hacen lo mismo (y lo peor, con
dinero público) y desde que la prensa está en crisis y su ética con
ella, cada vez son más las noticias que tienen el patrocinio encubierto de
bancos, editoriales, discográficas, diseñadores, empresas, ayuntamientos, etc. Es
barato y llena las webs.
Viviendo en Nueva York descubres a decenas de españoles que
en realidad sí que triunfan en Nueva York, aunque en España pocos lo sepan. Y
como periodista, cuesta mucho conseguir que su trabajo aparezca en la prensa
española. Por un lado porque en España aún son desconocidos y lo que no suena no
existe (aún recuerdo la de meses
que tardé en conseguir vender el primer reportaje que se publicó en España sobre
el barrio de Williamsburg. Brooklyn por aquel entonces (año 2000 o 2001) no estaba en los mapas
periodísticos españoles y aún no había salido en The New York Times). Además, desde
que existe internet, en España (como en Italia o en Reino Unido) los
responsables de los medios quieren que sus corresponsales escriban sobre lo que
ellos mismos leen en medios estadounidenses en tiempo real (el arte del
refrito, que es un arte mucho más difícil de lo que pudiera parecer), y queda
poco margen para temas propios, como bien explicaba el otro día David Jimenez
en su blog.
Pienso en Yolanda Torrubia, finalista en los premios Rising
Star Award; en Santi Moix, que expone desde hace más de una década en Pace
Gallery, está en las principales
colecciones estadounidenses y en ninguna española; en Max Sanjulián, arquitecto
multifacético y responsable hasta hace apenas seis meses de algunas de las
mejores fiestas pop-up que han animado el aburrido Manhattan de los últimos dos
años. Pienso en Nick Dangerfield, que se inventó el Playbutton y nos descubrió
la Harinezumi y está a punto de sorprendernos con otro invento siglo XXI… Imposible nombrarles a todos. Gente
que trabaja duro y que acaba siendo reconocida o por la prensa neoyorquina,
que es la que realmente mide qué triunfa y qué no en Nueva York (aunque
aparecer en la prensa de tu país te ayuda profesionalmente y de vez en cuando, los jefes también te escuchan y consigues dar a conocer a algún desconocido) o por la
propia ciudad, que es la que finalmente decide si te deja vivir en ella y en
qué condiciones. (Ojo, la prensa italiana o la mexicana hacen exáctamente lo
mismo, es un mal extendido y sin duda también es culpa de los que escribimos
desde aquí).
Además yo me voy a echar una culpa extra: en el último año,
escribiendo a la pieza y cobrando entre 35 y 55 euros
por los artículos online –que es donde ahora cabe todo, esa máquina insaciable
en la que todo vale, lo bueno y lo malo, porque el papel ha muerto- a mí también se me han quitado las
ganas de proponer historias que deberían contarse. Tengo que comer. De hecho, algunas he preferido escribirlas en este
blog, por el que nadie me paga, pero en el que escribo sobre lo que me
entusiasma a mi ritmo y que no ha parado de darme satisfacciones
personales y profesionales (dos premios). Y al menos no siento que se minusvalora mi esfuerzo y
mi trabajo. (En Nueva York una niñera cobra 15 euros la hora).
Ese esfuerzo es el que con los años te da algunas compensaciones:
la calle, el olfato o simplemente la experiencia te hace dudar de algunos
triunfos rocambolescos. De ahí que sea tan importante que los periodistas
mayores de 50 sigan trabajando: su experiencia es esencial para muchas cosas,
entre ellas evitar que al lector le vendan motos, y que conste que yo todavía
estoy en la treintena.
Este verano un director español ‘triunfó’ en Nueva York con
un documental (nunca estrenado) sobre el que hace dos años decidí no escribir
porque solo me mostraron veinte minutos y me parecieron muy flojos. Otros sí
decidieron hacerlo. Los criterios de los periodistas son libres (otra vez, la experiencia debería ayudar) y ojalá que así siga
por los siglos de los siglos. El tema de la película era interesante, el resultado, desde mi
punto de vista, no se merecía un reportaje.
En la noticia que publicó este verano El Pais, firmada
desde Madrid y después reeditada por el propio periódico se hablaba de que al autor de la película le habían dado un premio
de 65.000 dólares en Nueva York “otorgado a artistas e intelectuales que
contribuyan al conocimiento y divulgación de la historia de los españoles en
Nueva York” del que ni yo ni ningún otro periodista español o extranjero nos
habíamos enterado –nadie nos informó, la noticia solo aparece publicada en un teletipo de Europa Press fechado en... Madrid!-. Traté de averiguar quién daba el premio,
cómo, con qué criterios, quien era el jurado y no he parado de sorprenderme desde entonces: miembros
de la productora del documental figuran también como miembros de la institución
que da el premio, la Spanish Benevolent Society, en la que a su vez hay socios que ni siquiera saben que se había entregado un premio y en la que un miembro
honorario se ha llevado además la mención de honor (¿!!¿). Y
como me ha dicho literalmente uno de sus responsables por email “dado el carácter privado de
nuestra organización, decir que podemos entregar premios y menciones a quien
nos parece oportuno, pero un dinero reunido de manera privada para destacar (y
proteger) la carrera de alguien se entrega según criterios privados, que usted
es muy libre de valorar u opinar sobre ellos”. Como son privados, no sé cuáles
son los criterios así que no puedo opinar. Pero sí puedo sorprenderme por esos
estrechos lazos entre productora e institución, que además parecen muy
similares a los que los responsables de la película criticaban en el artículo original hablando del amiguismo imperante en las instituciones públicas
españolas. Del conflicto abierto entre la Spanish Benevolent Society del premio, y la organización del mismo nombre que existió antes que aquella, prefiero no hablar. Me faltan datos.