Tengo que admitir que a Erik le conozco y le quiero: trabajé en el primer cortometraje de este sueco con alma de vasco (vivió en San Sebastián muchos años) en el año 2000, una irónica reflexión sobre el mundo del arte en 16mm titulada The Artist (sí, un título tan común que hasta tiene oscar). Lo conseguimos llevar a la pantalla con apenas 4000 dólares, un milagro de producción que repetimos haciendo juntos dos vídeos de The Hellacopters y posible sólo porque aprendí, como Erik, en una excelente escuela de cine underground: The Family Film Productions (algún día tendrá su propio post).
Diez años después me vuelvo a reencontrar con Erik en Williamsburg, donde hoy sábado estrena el 'mockumentary' (falso documental) A hundred years of evil, una desternillante parodia al más puro estilo Zelig sobre los documentales de conspiraciones que plagan el history channel y otras cadenas similares. A hundred years of evil es el viaje de un profesor noruego obsesivo (interpretado por el músico y actor Jon Rekdal) por demostrar que Hitler sí sobrevivió a la II Guerra Mundial y es un excelente ejemplo de cine 'do it yourself'. Y además, con buenos resultados.
Más allá de invitar a los neoyorquinos a ver la película hasta el próximo día 25 en Indiescreen, (los no neoyorquinos pueden verla en iTunes y Amazon), quiero contar la historia de lo que pudo ser y no fue.
Tres días después, él y sus compañeros aterrizan en Cannes con todas las dudas que les ha provocado la llamada del agente. Y la noche antes del estreno, en ese apartamento miserable en el que tres cineastas y una novia entregada roncan juntos en un cuarto soñando con el día después, cinco tipos irrumpen por sorpresa y se lo llevan todo: ordenadores, pasaportes, dinero... todo. Hasta la copia de la película. Pero al menos ocurre un pequeño milagro, o así lo cuentan ellos: a los ladrones se les ha caído la película en la acera mientras huían, y la policía se la encuentra en el suelo cuando acude a la casa tras la denuncia. (el relato en primera persona de esta historia y del cómo se hizo la película no tiene desperdicio)
Enarbolando la mejor sonrisa que uno puede poner tras una noche como esa, acuden al estreno. Suele ser un milagro que la prensa asista a una proyección de un cineasta anónimo y sin productora que no participa en el festival, pero hay medios como Variety que también envían periodistas a buscar pequeñas joyas al mercado. Una hora antes de su estreno, Erik se encuentra en la puerta de su sala precisamente con un periodista de esa biblia del cine, y mientras se le retuercen las tripas, le dice que no puede entrar. El periodista discute: le han hablado muy bien del filme y quiere verlo. Mientras, en la cabeza de Erik, esa voz: yo seré tu agente, yo te haré grande, no dejes que la prensa escriba sobre tu película.
Pasan semanas de conversaciones telefónicas dirigidas a que la película entre en la selección oficial de Toronto: sí, a los festivales grandes y poderosos se llega sobre todo por contactos (productores, agentes, actores, distribuidoras), ocurre pocas veces el milagro de que una película sea seleccionada simplemente porque le ha gustado a un programador. (lo he escuchado como periodista y lo he vivido como cineasta).
Erik, mientras, tiene dudas: "esta película es demasiado indie para Toronto, con tus contactos deberías intentar un festival diferente". El tipo de William Morris insiste. Y se estrella: Toronto dice que la película... es demasiado indie para ellos. A partir de ese momento ya no se pone al teléfono. El que responde a las llamadas de Erik es su asistente. La cosa pierde fuelle. El sueño se evapora. El agente, al que nunca llegó a conocer personalmente, se volatiliza.
Y Erik se vuelve a quedar solo. Un momento: igual Variety aún le puede dar un empujón. Erik llama al periodista: ya no trabaja para Variety, ahora está en el Hollywood Reporter y no puede escribir de algo que vio mientras trabajaba para otro medio. :(
El camino ha sido arduo pero dos años después A hundred years of evil ha conseguido una buena distribuidora, FilmBuff, ha pasado por varios festivales y se ha llevado algún que otro premio. Hoy Erik está ultimando los preparativos para el gran fiestorro en Brooklyn donde celebrará, al más puro estilo indie, el estreno neoyorquino de una película que filmó precisamente en ese barrio con la ayuda de más de 100 personas. No es Cannes, pero esta vez no estará solo y cuando sabes que la fama puede llamar a tu puerta, rozarte y desaparecer de forma caprichosa, me imagino que te replanteas muchas cosas. Hay miles de cineastas con talento como él que aún no han llegado a lo que la industria considera la cima. Pero la industria está llena de pequeños grandes cineastas. Y la cima, también tiene su cara B. Hoy en Brooklyn habrá una gran fiesta. Según cómo se mire, nada que envidiarle a las de Cannes.