Aborto es mirar tu exiguo salario, tu
paupérrimo extracto bancario, los recibos atrasados, la expresión de ansiedad
de tu pareja en paro. Aborto es una legislación que ha permitido que los
sueldos de un país se reduzcan a la mitad, acercándonos a economías en
desarrollo y alejándonos de la Europa a la que supuestamente pertenecemos.
Aborto es que las empresas despidan en masa a sus empleados, que no haya una
política de alquileres que permita a las parejas jóvenes independizarse, que
sea casi imposible mantener a un hijo con un solo sueldo. Aborto es que te
obliguen a elegir entre ser madre devota y sacrificada, que aparca su carrera
profesional para entregarse a la crianza o ser una madre trabajadora y cargada
de culpas que aparcará a sus hijos en una guardería desde los cinco meses y
sólo les verá crecer los fines de semana. Aborto es que haya familias que ni
siquiera puedan costearse una guardería. Aborto es que no haya una vía
intermedia, un tejido social que permita que las mujeres no tengamos que elegir
entre criar solas o desaparecer, que toda la sociedad se implique en la crianza de los hijos.
Aborto es aquella milonga que nos
vendieron a las de mi generación (las que nos acercamos o superamos los
cuarenta), 'retrasa tu maternidad, ocúpate de tu carrera profesional, gana
dinero'. ¿Para esto queríamos nuestras carreras, para trabajar diez horas diarias y que tras veinte años de
experiencia nos echaran a la calle, o aún peor, para que nunca llegáramos a
conseguir ningún tipo de estabilidad económica con la que atrevernos a tener un
hijo? Aborto es trabajar para alimentar una máquina de producción económica cuya
avidez no tiene límites pero cuya generosidad ha quedado relegada a algunos
países del norte de Europa, donde aún es posible ser madre sin morir en el
intento.
Aborto es miedo al futuro. Lo escucho a
menudo entre mis amigas, muchas de ellas con tremendas ganas de ser madres y
con demasiadas dudas y temores económicos. Y ellas a su vez se lo escuchan
decir a otras mujeres. No hay cifras, no hay estadísticas, pero el miedo a la
incertidumbre que pesa sobre las madres y padres potenciales de este país provoca
diariamente miles de abortos, probablemente más que los 100.000 que practican
los médicos anualmente. Son abortos virtuales, no se practican en quirófanos, los
bebés ni siquiera llegan a ser concebidos. Sin embargo, tienen consecuencias
reales: en España cada vez nacen menos niños. Miles de mujeres abortan cada día
en sus cabezas porque lo único que ven a su
alrededor es hostilidad.
El señor Gallardón piensa que con su ley del aborto
subirá la natalidad. Pobre ingenuo. Su gobierno es uno de los principales
responsables de que en España se hayan multiplicado los abortos. Y aunque él
sólo piense en los abortos físicos, yo y miles de mujeres
pensamos en los hijos que nos gustaría tener y nunca podremos por culpa de un
gobierno que se ha ocupado de alejar de nuestro horizonte la posibilidad de ser
madres. Mientras en Alemania se incentiva la natalidad con ayudas sociales de
todo tipo y se piensa así en el futuro de las pensiones, en España la solución a la
bajada de la natalidad es obligar a las mujeres ser madres incluso en contra de su voluntad. Es una de las mayores memeces que se han escuchado en la política occidental del siglo XXI. Y asi pasarán a la historia estos tipos de PP, como memos. Mientras, miles de mujeres vivirán el doloroso calvario de abortar en Londres o en París y otras, seguiremos abortando diariamente en nuestras cabezas. Porque aunque Gallardón no lo sepa, abortar es una de las experiencias más desgarradoras por las que atraviesa una mujer, aunque no medie un bisturí.