[Artículo publicado originalmente en la revista Ctxt, donde colaboro semanalmente]
Querida Manuela, me hace muy feliz saber que
los madrileños te han instalado en la alcaldía de Madrid. A mi no me dejaron
votarte. Vivo en el exilio económico, como otros dos millones de españoles, y
nosotros no tenemos voz para elegir alcaldes. En teoría sí la tenemos para
escoger presidentes comunidad autónoma, pero el PP y el PSOE se encargaron de
inventar un nuevo sistema llamado voto
rogado del que nadie nos informó con claridad por lo que, aunque
registrados en los consulados, esperamos en vano la llegada de las papeletas
electorales hasta que descubrimos el pastel. Su error fue poner en práctica el nuevo
sistema de cara a las elecciones autonómicas: ahora hay dos millones de
españoles dispuestos a movilizarse de cara a las generales para no perder su
derecho al voto. Y adivina a quién no votará la mayoría de los que estamos
fuera.
Querida Manuela, lloro lágrimas entusiastas
porque pese a que aún hay medio millón de madrileños entregados al caciquismo
de Esperanza Aguirre serás tú y no ella la alcaldesa y sacarás a Madrid del
agujero casposo en el que lleva inmerso 24 años. Baste decir que la primera vez
que yo pude votar fue en 1991, cuando aquel señor con aire cansino y como salido
de una mala novela del siglo XIX, Álvarez
del Manzano, inauguró el reinado negro del PP en la capital. Él era más
joven que tú entonces, y sin embargo, gobernaba (y se expresaba) como si
tuviera 200 años.
Querida Manuela, tú no eres vieja. Ni
siquiera eres mayor. En nuestra sociedad ser biológicamente joven se ha
convertido en una virtud sobrevalorada.