May 1, 2012

HORIZONTES FRACASADOS

En los últimos días la prensa mundial se ha llenado de artículos anodinos sobre el nuevo rascacielos más alto de Nueva York: la Torre 1 del World Trade Center, conocida hasta hace poco como Torre de la Libertad. Y cuánto más leo más echo en falta un poco de reflexión crítica y más me sobra la poesía con la que se ha tratado de adornar la noticia. Que si una viga estrella aquí, que si unos metros más alto que el Empire State allá, que si el WTC vuelve a brillar, que si el aniversario de la muerte de Bin Laden... ¿De verdad esto es el corazón de la noticia?

Después de los atentados terroristas del 11S, más allá de la discusión política, en el mundo de la arquitectura y el urbanismo se vivieron intensos debates respecto a qué hacer con un espacio que de repente, en medio de la ciudad, se había quedado vacío, como un papel en blanco cargado de simbolismo sobre el que poder dibujar con un lápiz nuevo. Se podía haber utilizado el mejor papel, la mejor tinta, los mejores artistas, quizás incluso el corazón... Pero no ocurrió. Había incluso muchos millones disponibles para hacerlo. Pero faltó voluntad. Lo importante para Silverstein, arrendatario de los terrenos sobre los que se erigían las Torres Gemelas, era forrarse metiendo miles de oficinas en la zona cero y un shopping mall. Tampoco se le puede culpar: es empresario y los empresarios quieren que sus negocios sean rentables. Pero la ciudad y sus alcaldes podrían haberse puesto del lado de los ciudadanos al menos esta vez y hacer del sur de Manhattan un lugar mejor que el que había antes, pero tampoco ocurrió: Michael Bloomberg gestiona Nueva York como una gran empresa y en las grandes empresas, como evidencian las crisis, los individuos no cuentan, solo cuentan los números, y en este caso además, la política. Ya lo dijo clarito su predecesor, Rudy Giuliani en pleno frenesí patriótico el 12 de septiembre de 2001: "Reconstruiremos. Saldremos de aquí más fuertes que antes, política y económicamente más fuertes. Y el skyline volverá a ser el skyline". Convertir aquel espacio en un parque o construir edificios a escala humana y no fálica, con cierto civismo urbanístico y criterios no mercantilistas, no entró en los planes. 

Durante una década he escrito apasionadamente sobre las disputas culebrónicas que agitaban el cocktail emocional, político y económico que nació allí el día en que cayeron las Torres Gemelas. Se ha tardado un tiempo inaudito para Nueva York, once años, en conseguir que la zona cero empiece por fin a tomar forma, - el Empire State tardó apenas 410 días en alzarse en plena depresión económica- y precisamente la silueta que todos los neoyorquinos veremos de ahora en adelante cuando miremos hacia el sur de la ciudad es probablemente la más ofensiva posible: un rascacielos mastodóntico, sin personalidad, de dudosa calidad arquitectónica (basta mirar las  estupendas construcciones que han florecido en NY en la última década para saber que ésta vale muy poco) y en mi opinión, sencillamente feo. Lo peor es nos obligará a recordar, cada vez que miremos el nuevo skyline, la oportunidad que Nueva York perdió para hacer de su ciudad un lugar mejor tras los atentados y por extensión, la que perdió Estados Unidos cuando tuvo que decidir cómo responder a los ataques.

Del edificio original llamado Torre de la Libertad e incluido en el concurso que ganó el arquitecto Daniel Libeskind en 2002 para remodelar la zona cero, no queda nada. Ni siquiera las palabras de rabia con las que el propio Libeskind se opuso a las reestructuraciones que le impuso Silverstein a través de los arquitectos de la firma SOM para exprimirle más oficinas al proyecto. El pobre Libeskind ahora solo puede agachar la cabeza y darse con un canto en los dientes porque el edificio llevará para siempre su firma, aunque se parezca bien poco al que él ideó. Y del proyecto original, que nunca fue excesivamente aplaudido pero era mejor que el que ahora emerge en el horizonte, dicen los críticos, queda bien poco ya que Daniel Childs, de SOM, arquitecto amigo de Silverstein, se encargó de vulgarizarlo para que rentara más.

Lo peor es que todo el proyecto es además un fracaso económico: más allá de que se les haya disparado el presupuesto y ya vaya por los 16.000 millones de dólares gastados cuando aún queda la mitad del área por construir y falta el dinero para continuarlo, nadie quiere ser inquilino de la zona cero. Alquilar esas oficinas debe ser como un sudoku para agentes inmobiliarios. Condé Nast se mudará a la Torre de la Libertad en 2014 porque ha negociado un jugoso contrato de alquiler a precios sensiblemente más bajos que los de mercado (el sobre coste lo asumirá basicamente el ayuntamiento con la esperanza de que su presencia atraiga a otras firmas) y gran parte del edificio además será alquilado por el gobierno local y federal (para realquilarlo después) con tal de hacer buena publicidad de los 200.000 metros cuadrados de oficinas construidas sobre un cementerio llamado Torre de la Libertad. ¿El rascacielos más alto de la ciudad? Yes. Pero sin contexto, las noticias sólo lo son a medias. 

1 comment:

  1. Me pregunto por qué siguen construyendo pensando en tocar el cielo en una ciudad que cada vez está más lejos de él... Felicidades por el post!
    Lola

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