Sep 22, 2012

RODRIGUEZ

Sixto Rodriguez no fue profeta en su tierra. Suele ocurrir con muchos grandes. Con demasiados, diría yo. Hasta que anoche no vi el documental Searching for Sugar Man no tenía ni idea de quien era este extraño y fascinante cantante folk que solo editó dos discos excepcionales y al que su productor y gente de la industria que trabajó con él comparó en su momento -finales de los sesenta, principios de los setenta- con el mejor Dylan. Pero al contrario que el bardo más famoso de Estados Unidos, sus discos no hicieron caja y en el reino del dinero, si no lo produces no existes, por mucho talento que tengas (o lo que es peor, el dinero te hace existir incluso cuando no tienes talento).

Pero para Rodriguez, el ostracismo americano ha terminado. Hordas de hipsters y modernos (que llenaban el cine en el que vi este documental premiado en Sundance tanto por el público como por el jurado) pronto consumirán y venerarán la música de un artista de Detroit con nombre latino,
que cantaba en inglés y que pese a ser ignorado por la América de los setenta resulta que en el otro extremo del mundo se convirtió en fenómeno de masas, aunque Rodriguez tardó treinta años en saberlo.

Sus canciones, combinación perfecta de poesía, crítica social y atrevimiento (ya quisieran escribir así los hipsters de hoy), se convirtieron en uno de los símbolos de la contracultura y la lucha contra el apartheid de toda una generación de sudáfricanos que creció creyendo que Rodriguez había muerto suicidándose en público durante un concierto a principios de los setenta.

La realidad es que Rodriguez estaba y está aún vivo y lleva cuarenta años haciendo trabajos de demolición en Detroit, esos trabajos duros que habitualmente nadie quiere hacer en una ciudad en la que la palabra esperanza dejó de existir hace muchos años. Rodriguez no tenía ni idea de que en Sudáfrica era incluso más célebre que Elvis Presley y por supuesto nunca cobró un dólar de aquel millón de discos que llegó a vender en su momento en un país que tres décadas más tarde, al descubrir que aún estaba vivo, le acogió con inmensos honores. (impagable la entrevista con uno de los responsables de Motown Records tratando de minimizar el tema del dinero)

El documental está francamente bien hecho, más de uno debería verlo y aprender a resolver con talento una narración en la que faltaba la principal materia prima con la que se hacen los documentales sobre músicos: sus actuaciones en directo. En el caso de Rodriguez solo hay metraje de algún concierto en Sudáfrica casi treinta años después de la edición de sus discos... y tal como está contada la historia, con el suspense de quien se embarca en una búsqueda improbable que parece imposible (encontrar a un cantante estadounidense que toda América desconoce) ese material no podía utilizarse hasta el final del filme. Cuidadas animaciones suplen esas carencias, creando además una atmósfera intimista que le da aún más fuerza a la narración.

Lo más extraordinario de esta historia, además de la música, quizás sea descubrir, en unas pocas pinceladas, al propio Rodriguez. No todo el mundo vendería su alma al diablo por el éxito y los 15 minutos de fama. Rodríguez resulta ser un personaje modesto, fuertemente comprometido con la política y con la defensa de la clase trabajadora, un tipo de izquierdas, al estilo tradicional, a lo Pete Seeger en cierto modo, un tipo que cuando descubre su éxito y comienza a dar conciertos en Sudáfrica no se muda a una casa más linda ni se liga a la chica más guapa si no que dona gran parte de sus ganancias a amigos y familiares. Al terminar la película  seguiremos sabiendo muy poco de él pero el espectador se llevará a casa un sentimiento poco común: el respeto por un artista con mayúsculas que no le hace sombra a la persona (el mundo de los genios está lleno de grandes artistas que no fueron grandes personas). Y muchas lágrimas, porque el cine hecho con poesía hace llorar.

2 comments:

  1. Se llora al ver cosas bellas, cosas auténticas, cosas que hablan directo al corazón. Y se llora de alegría al compartirlas creando con ellas nuevas memorias, siempre más, no importa los kilómetros que haya por medio. Sugar Man ya es nuestro. Te quiero Barbara Celis.

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