Mar 11, 2015

LA IDEOLOGÍA DEL BIENESTAR

[Reproduzco aquí mi tercera columna de la serie Cosmópolis para la revista ctxt.es, publicado el 10 de febrero de 2015. Aquí el link al artículo original.]

La ideología del bienestar. Vivimos tiempos confusos. Y la gente está confundida. O quizás sea yo. Me gusta poco que todo el mundo a mi alrededor haga deporte como si les fuera la vida en ello. Y encima suden con estilo. Yo soy de las que utiliza el mismo chándal roñoso desde hace años y una camiseta fea y grande en la que esconder mi chichilla lateral. Ellos no, a veces incluso parece que en vez de correr y ahogarse, como me ocurre a mí, disfruten. Pero si sólo fueran ellos… Lo de la vida sana es una plaga y no puede acabar bien. Ya fue una mala señal que desaparecieran de las redacciones el tabaco y el whisky. Y así le va ahora al periodismo. Pero lo del detox, el wellness, el yoga, el apio, el gluten o los blogs dedicados a todo ello en la prensa mundial es un despropósito. Y empieza a haber pruebas serias de ello.

En mi barrio londinense, de clase media bien, mujeres con hijos duplicados y ojeras hasta el suelo se gastan cifras innombrables en productos "sanos" en tiendas cuya abultada facturación diaria me invita a plantearme si debería abandonar mi profesión y abrir una franquicia. Hasta que leo, qué irónico, en uno de esos blogs de cuya existencia me quejo, que la FDA, el organismo que regula las medicinas y la alimentación en Estados Unidos, se ha puesto a analizar el contenido de muchos de esos productos denominados "suplementos alimenticios" y dentro no hay nada que se parezca a lo que rezan sus etiquetas. El Gingko Biloba, que supuestamente ayuda a la memoria, no es tal, es polvo de arroz. En el Ginseng, no hay ginseng. En la Echinacea, tan apañada ella para la gripe, no hay nada con ese nombre. En la Valeriana sólo hay espárragos, zanahoria y guisantes. Mejor no sigo porque yo también he pagado un riñón alguna vez por estos productos.

Afortunadamente hay gente sensata que se ha puesto a reflexionar sobre esta obsesión global por la salud, como el profesor André Spicer, de la Cass Business School de la City University of  London , que ha escrito al alimón con Carl Cederstörm, de la Universidad de Estocolmo, el libro The Wellness Syndrome. Su objetivo es alertar sobre los riesgos que entraña una sociedad en la que cuidarse, estar sano y buscar la felicidad en el deporte o la meditación están empezando a convertirse en dictadura. Cuando el cuerpo es la única verdad, se corre el riesgo de caer en el nihilismo, advierten, con la consiguiente desaparición del compromiso político y el yo como único valor en la vida. Además, esa presión por ser/estar sanos te puede hacer sentir mal si no consigues cumplir tus propias expectativas. Pero, lo que es aún más grave, "se está imponiendo la idea de que una persona que es sana y feliz es moralmente una buena persona mientras que quien no se cuida tiene fallas morales", escriben.

Esa nueva ideología entraña muchos peligros, entre ellos el de pensar que los pobres comen mal y fuman porque carecen de educación o no saben cocinar, como trataba de subrayar un infame reality que hizo furor en el Reino Unido el año pasado,Famosos, ricos y hambrientos. Su objetivo era "informar" al país de que sus nacionales pasan hambre "empotrando" a miembros de la élite como Rachel Johnson, hermana del alcalde de Londres, Boris Johnson, en una familia donde el presupuesto diario para alimentar a tres personas no llegaba a las cuatro libras. Ella, tan inocente, no comprendía por qué comían carne picada de oferta del super, con lo bien que les vendrían unas verduritas orgánicas como las que a ella le gusta cocinar. Y es que, como se preguntan los autores del citado libro, "esa preocupación constante por nuestra buena salud, ¿dónde deja al resto de la población, que no puede pagarse los zumos orgánicos, las aplicaciones para controlar tu dieta y los profesores de yoga?". Por eso cuando una mujer llamada Linda Tirado contestó en un foro público a la pregunta "¿Por qué los pobres son tan autodestructivos?", su respuesta -una detallada explicación de sus devastadores ritmos vitales con dobles turnos y salarios miserables- se hizo viral y ella acabó escribiendo el libro Hand to mouth, sobre la realidad de la vida de la clase trabajadora en Estados Unidos y, por extensión, en Occidente.

Además, la plaga se ha extendido a las empresas británicas y americanas, donde ahora se ofrecen wellness contracts, "contratos de bienestar", para estimularte a tener una vida más sana (y por tanto, ser más productivo, reza la letra pequeña). Te montan un gimnasio en el sótano del trabajo y te facilitan aplicaciones para que cuentes las calorías que consumes o los kilómetros que andas (con ellas tu jefe puede llegar a saber hasta cuántas veces evacuas diariamente). Los contratos también han llegado a la universidad, donde a los estudiantes se les pide que se comprometan a no beber ni drogarse para poder alojarse en muchos campus.

En el colmo del surrealismo, hasta la ópera se ha convertido en víctima del virus: el centro cultural Barbican de Londres estrenará en septiembre Lost in thought, que se anuncia como la primera "mindfulness opera" de la historia. Mindfulness, para los no iniciados, es la capacidad de sincronizar cuerpo y mente en el momento presente. Pues bien, los espectadores podrán entregarse a ello durante cuatro horas de música escrita por Rolf Hind y combinarla con meditación, comida comunal, relajación y, no podía faltar, yoga. ¿La audiencia potencial de esta "experiencia"? Gwyneth Paltrow y amigos.

Me abstendré de comentar los lavados de colon o los de vagina con vapor (¿o era con vaporetta?) que recomienda esa peculiar actriz. Sólo decir que tras leer que un tal Chip Wilson, que se hizo multimillonario vendiendo pantalones de yoga a 100 euros, tuvo el desparpajo de decir:  "Algunos cuerpos de mujer no valen para mis pantalones de yoga", voy a seguir haciendo deporte -poco-, con mi chándal roñoso. Me niego a contribuir a que seres como él se forren a costa de la necesidad de aparentar que mientras hago jogging estoy guapa y soy feliz. La felicidad, para la gente corriente, no lleva ni el certificado de "orgánico" ni la marca de la ropa que vendía Wilson. Se reduce a algo tan simple y raro como un extracto bancario que no te indigeste la vida a mitad de mes.

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