Jul 10, 2015

EL ARTE DE LA TRAICIÓN


[Columna de opinión publicada en la revista Ctxt el 28/4/2015. Aquí el link a la original. Publico una cada semana donde comento la actualidad británica o española]

Me gusta el arte y me interesan los artistas. A principios de siglo no eran especialmente glamurosos pero llegó Jeff Koons con su Cicciolina, sus langostas hinchables y su ejército de relaciones públicas y después Marina Abramovic con su discurso new age avalado por el MOMA y dirigido a enamorar millonarios neoyorquinos y el arte y los artistas se convirtieron en objeto de deseo. Obviamente estoy generalizando: el arte no se puso de moda sólo gracias a ellos. El efecto Guggenheim y sus docenas de derivados, con la consiguiente inyección económica de gobiernos locales y nacionales para que descubriéramos los nuevos museos firmados por ‘stararchitects’, más los billetes low cost, pagados gracias al boom del ladrillo por bolsillos que antaño no podían viajar, contribuyeron a crear esa sensación que aún hoy permanece de que es imperativo (y cool) ver museos y exposiciones. Además las ferias de arte se multiplicaron y los nuevos ricos encontraron en ellas nuevas formas de inversión alejadas de los riesgos de la bolsa, además de amigos sin corbata con los que salir a cenar y parecer menos señores. Total que hoy el arte hace caja, a pesar de la crisis, y las exposiciones blockbuster son el pan nuestro de cada museo, lo cual facilitan que bajo el rótulo de arte te intenten colocar cualquier cosa.

Yo soy hija de dos artistas, el pintor Agustín Celis y la escultora Miranda D’amico, así que crecí merendando en galerías de arte y tratando de tocar, sin que me vieran, lienzos y esculturas, por lo que lo de ir a exposiciones no me parece ni glamuroso ni cool. Era parte de mi vida cuando era pequeña y después además se convirtió en parte de mi trabajo. Creo en el poder de todas las artes para contribuir al cambio. Para mí no se trata de algo estético y lúdico sino de algo muy político. A menudo las páginas de cultura de la prensa son una ristra de estrenos, lanzamientos, presentaciones…como el supermercado del Corte Inglés. Pero la cultura siempre se puede enfocar de otra manera, sobre todo ahora, porque estamos en un momento de transición y creo que la música, el cine, la arquitectura, la literatura, el arte reflexionan sobre lo que ocurre a nuestro alrededor. Los artistas tienen un papel (¿responsabilidad?) importante en el proceso de repensar qué sociedad somos y qué sociedad queremos, porque ellos también son ciudadanos, y muchos optan por expresar su opinión a través de su trabajo. Ésa es la parte de la cultura que me interesa, la del conocimiento y la reflexión, no la del producto cultural.


Por eso me indigna que me den arte por liebre, o peor aún, arte por moda, o aún más grave, arte por productos de Hermés. Hace unos días acudí a la Saatchi Gallery en Londres a ver una exposición titulada Pangea II, esperando ver obras de artistas latinoamericanos y africanos y me encontré atrapada en una pseudo-exposición organizada por Hermés que no estaba anunciada en ninguna parte. Entré por equivocación, creyendo que llegaba al segundo piso de Pangea II cuando una modelo rubia y sonriente me dijo “Bienvenida a Wanderland”. No entendí muy bien quién era ella ni dónde estaba entrando yo puesto que el alunizaje se producía en una sala con una bola de discoteca y en las paredes se proyectaban imágenes de películas francesas como ‘Al final de la escapada’ de Godard o ‘Los 400 golpes’ de Truffaut. Totalmente perdido el sentido de la orientación, continué hacia adelante y me ví engullida por docenas de bastones. Estaban dibujados con delicadeza en las paredes de otra sala junto a otros de verdad que brillaban en alguna vitrina aderezada con videos de un modelo guapísimo bailando… con un bastón. A continuación, y ya con todo el descaro, la exposición te empujaba hacia un pasillo donde dos amplias vitrinas desplegaban ‘tesoros’ de la colección de Hermés. Maletas, bolsos, chaquetas, camisas… Frases con palabras sugerentes pero vacías te recordaban con rótulos en las paredes que todo aquel montaje estaba inspirado en el mundo del flaneur, ese concepto que se populariza en la segunda mitad del siglo XIX cuando el hombre comienza a pasear por puro placer por la ciudad y con el que obviamente se debe identificar el consumidor de Hermés, porque si tienes 13000 dólares para gastar en una bicicleta como la que ví allí, o en un lápiz de 100 dólares forrado en cuero de cabra de Madrás, sin duda puedes dedicarte a la contemplación urbana.

No pienso describirle al lector las once salas que componen ‘el país de las maravillas de Hermés’ con la connivencia tácita de la Saatchi Gallery, que por supuesto y como me confirmaron en la entrada, se ha vendido por dinero, lo cual sorprende porque el señor Charles Saatchi es millonario. “La exposición no está anunciada tan bien como el resto porque no es parte de la programación de la galería. Hermés ha pagado por el espacio” me dijo una recepcionista. “Hay postales ahí” me dijo señalando a una esquina donde con claridad se veían docenas de panfletos de Pangea II y malamente los de Wanderland. “Y ahí se anuncia”. Sobre la pared, en una esquinita, entre los patrocinadores de la Saatchi y si te fijas mucho, se puede leer, ‘Hermés Wanderland’, segundo piso. Si este rótulo es de cuerpo 12 el de Pangea II debe ser cuerpo 2000.

No negaré que el montaje, carísimo, estaba cuidado al detalle, era elegante, estéticamente llamativo y hasta entretenido. Contaba incluso con alguna pequeña obra de arte en vídeo integrada en el montaje total, que si querías unas señoritas en minifalda y siempre muy guapas te podían explicar. “Hermés ha pagado por el espacio y no ha querido darle publicidad” me confirmó una de ellas.

A mí los productos de consumo de lujo no me molestan. Si se me ocurre mirar una vitrina de Hermés, lo haré asumiendo las consecuencias y sudaré ante los precios por propia voluntad. Pero si voy a ver arte y me colocan un montón de productos de Hermés, aunque no estén a la venta y los camuflen como parte de un recorrido por el ‘país de las maravillas’ y encima sin avisar, me cabreo. Prefiero ver arte malo a ver fundas de cuero para guardar sobres en una vitrina impoluta en la que encima han tenido la desfachatez de poner una carta dirigida a Marcel Proust. Es como lo que ocurre con la prensa: abres una revista para leerte una entrevista con un actor y te colocan un párrafo en la que el tipo alaba un perfume. ¿Es una entrevista o es publicidad camuflada? O lo que es peor: esa entrevista la has escrito tú y tu editor te coloca un par de frases como si fueran de tu propia pluma alabando el perfume y te pide que elimines las críticas al sujeto para “no enfadar al cliente”. Antes el cliente de la revista era el lector, y el de las exposiciones el visitante. Ya no, ahora el cliente siempre es el que más dinero tiene y los demás, consumidores miserables.

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