[Continúo aquí la publicación de mis columnas de opinión que semanalmente aparecen en la revista Ctxt. Ésta se publicó el 21/4/2015. Aquí el link al artículo original]
No hace falta mucho dinero para comprar
la felicidad, sólo un poquito, pero es posible que Rodrigo Rato no lo supiera.
Seguramente la avaricia no habría roto el saco del ex vicepresidente económico
y ex director gerente del FMI, hoy bajo
investigación por defraudar a hacienda y blanquear capitales, si se hubiera
leído el ensayo sobre
la felicidad que el premio
nobel de economía Daniel Kahneman publicó en 2010. Este psicólogo con
muchos menos conocimientos sobre economía que Rato, ganó el Nobel en esa materia
en el año 2002 por aplicar lo que sabía sobre psicología a la teoría económica
y probar que muchas de las decisiones monetarias que el individuo toma en su
día a día a menudo carecen de lógica y están motivadas por intereses personales
contrarios a la racionalidad de los números.
No sé si Kahneman ya entonces tenía
información privilegiada sobre los
movimientos empresariales y bancarios de Rato pero sin duda muchas de sus
teorías podrían valer para explicar el
berenjenal en el que se ha metido este hombre que gracias a José María Aznar
no llegó a convertirse en presidente de nuestro país. Para que luego digan algunos
desagradecidos que aquel señor bajito, mediocre, antipático, con
ínfulas de grandeza y demasiado bigote no hizo cosas buenas por España. Josemari
nos ha librado del que pudo ser el Berlusconi español, aunque a cambio nos
calzó a Rajoy...
Quizás Kahneman, que escribió su ensayo
sobre el dinero y la felicidad junto al también psicólogo Angus Deaton, lo
publicó demasiado tarde como para salvar al ex vicepresidente y admirado
miembro del PP de su propia codicia pero afortunadamente, ha habido otros
hombres con dinero y poder que sí lo han leído y han optado por repartir su
millonario sueldo con sus empleados. Para mí fue la noticia de la semana,
aunque sólo se le prestó atención en
la prensa anglosajona.
El estadounidense Dan Price, dueño de
la empresa Gravity Payments, es uno
de esos tipos sabios que son capaces de cambiar tras leer informaciones con
sentido que cuestionan las corrientes de pensamiento popular. “Los ingresos
altos mejoran la percepción de la vida pero no contribuyen al bienestar
emocional”. El título del ensayo de los psicólogos no esconde un plan
maquiavélico para esclavizar al trabajador por cuatro perras sino más bien una
fórmula interesante sobre cuánto dinero es suficiente para vivir bien y ser
feliz y por tanto, cuestiona a todos los Rato del planeta en su afán por
acumular más y más, a menudo a costa de quienes viven con menos de lo justo
para no morirse de hambre.
Dan Price, treintañero, propietario y
director ejecutivo de una empresa de deuda de tarjetas de crédito (sí, ya sé,
no es precisamente un negocio ni ecológico ni solidario, aunque aparentemente son menos chorizos que
la mayoría de los de su gremio) leyó el ensayo de Kahneman y decidió que no
tenía sentido que él ganara un millón de dólares al año y sus 120 empleados una
media de 45.000 así que a mediados de abril se presentó ante ellos y les dijo
que estaba dispuesto a bajarse el sueldo en un 90% y a repartirlo para
conseguir que todos ganaran, como mínimo, 70.000 dólares anuales. Al menos una
treintena doblará sus ingresos.
El estudio de Kahneman, basado en las
respuestas de 450.000 personas, buscaba responder a la pregunta ¿compra el
dinero la felicidad? Los encuestados tenían que contestar en función de dos
premisas: evaluación subjetiva de la vida –qué piensas sobre tu vida- y salud
emocional – la frecuencia e intensidad con la que a diario sentimos alegría,
estrés, rabia, tristeza y cariño-. La conclusión de los psicólogos es que la
percepción que tenemos de nuestra vida mejora según aumenta nuestro nivel de
estudios y nuestro salario pero nuestra salud emocional (y por tanto, nuestra
cercanía a ese concepto abstracto llamado felicidad) sólo crece hasta que se
alcanza un sueldo de unos 75.000 dólares anuales. A partir de ese punto da igual
cuántos miles o millones entren en tu cuenta bancaria: no hay diferencia respecto
a quienes perciben esa cifra.
“La diferencia entre lo que yo gano como
director ejecutivo y lo que gana una persona normal es absurda” ha declarado Price.
En Estados Unidos quienes
ostentan cargos como el suyo ganan unas 300 veces más que sus empleados,
según un estudio del Economic Policy Institute. Es la brecha salarial más alta
de los países desarrollados. Price, quien
dice tener pocos vicios –hacer snowboard y pagar la cuenta en los bares- es un hombre que sabe escuchar puesto
que entre otras cosas ha dicho cómo le carcome ser testigo de los apuros que
sufren sus amigos comunes, esos que como la mayoría de los mortales en Estados
Unidos cobran un sueldo medio de 40.000 dólares (37.000 euros) al año (el
salario medio en España en 2014 fue de 26.162 euros). Con esa cifra es hoy
prácticamente imposible aspirar a comprarse una casa o enfrentarse a un
problema grave de salud. Así se lo han hecho saber sus amigos, que no son sólo
multimillonarios como él, algo muy reseñable puesto que los
ricos suelen vivir en burbujas que les impiden ver el sufrimiento del resto de
los mortales. Price conduce un coche viejo y vive en Seattle, una ciudad
que recientemente fue noticia porque ha optado por subir el
sueldo mínimo de los 7,25 dólares la hora que se imponen por ley en Estados
Unidos a los 15. Sus empleados ganarán más del doble.
La decisión de Price no es ninguna
excentricidad y mucho menos un suicidio empresarial, como tratan de resaltar
sus críticos: vivimos en un planeta de recursos limitados que lanza señales de
alarma frente a nuestros excesos desde hace décadas y es imperativo un cambio
radical en nuestras formas de vida. Los cambios tienen que ser de todo tipo, y
empezar por repartir un sueldo estratosférico no parece un mal principio. Los
economistas debaten desde hace años sobre la relación entre productividad y
salarios. El problema es que nunca incluyen en sus estudios preguntarle a los
empleados. Alguien debía empezar a dar ejemplo y como está claro que no iba a
ser un español, o eso deduzco yo por las
propuestas de la CEOE, los
sueldos de quienes deciden los ERES, nuestros titulares sobre corrupción
política, empresarial o por la gente que aparece en el Hola, Dan Price ha
optado por tomar la iniciativa. Desde que anunció la medida, su empresa ha
captado nuevos clientes y ha recibido miles de curriculums. ¿A alguien le
extraña que la casta empresarial y económica de su país se
le haya echado encima?
No se tu email. Tampoco he conseguido poner comentarios en tu artículo "Madres" de El Estado Mental. Tampoco te conocía y desde luego, tú tampoco me conoces a mi. Solo he conseguido twittearte pero son muy poquitas letras las que entran ahí. Por eso aquí estoy, escondida en un comentario intentando decirte lo que no entraba en esa cajita tan diminuta donde se escriben los tweets.
ReplyDeleteYo era esa de 30. Y se me llenaba la boca tanto y tan bien con el “yo nunca” que la vida, la serendipia que a veces confabula en contra de todos nosotros, me vino a dar un bofetón hace un tiempo. Me enamoré de alguien menor que yo que ya tenía un hijo. Y ese tercero que no era mío ni nunca lo será me enseñó todo eso que cuentas. Poco a poco a base de puñetazos de dulces realidades que no se veian pero que iban desmontándome me mandaron a la esquina del rin.
Lloré hace dos horas cuando lei tu articulo y lloro dos horas despues mientras te escribo esto. Creo que es miopia. Pero no solo. Creo que es egoismo. Pero no solo. Después de todo, como siempre al final de todas las bocas llenas, uno solo encuentra miedo. Miedo a dejar de ser esa indolente. Esa independiente. Miedo a la renuncia. Miedo a fallar. Miedo a no ser capaz. Miedo. Montones de miedo. Que se vienen abajo con tu lluvia de pañales y mi lluvia de fines de semana y días que ya nunca serán como fueron. Un miedo que te ciega y te priva de todo eso que cuentas y de mucho más. Como que un niño aporta. Que no solo es una carga sino la mayor parte de las veces una oportunidad de redescubrir el mundo con ojos nuevos. A mi ese niño me quito el miedo. Aún me queda. El suficiente para leerte y venirme abajo y tener muchas ganas de abrazarte sin conocerte.
Gracias.