[Reportaje publicado en la revista Ctxt tras las elecciones británicas el 5/5/2015]
“¿Qué coño está pasando? ¿Cómo hemos
podido meter tanto la pata?” Imposible expresarlo de forma más directa y
recoger así el sentimiento general que se respiraba en la noche del jueves en
la London School of Economics, donde se había organizado una fiesta electoral
condimentada con la presencia de múltiples expertos que analizarían al minuto
para prensa y estudiantes los resultados de encuestas a pie de urna y votos. La
pregunta la lanzaba sin pudor Charlie Beckett, jefe del departamento de Media y
Comunicación de la nombrada universidad y refleja muy bien la sorpresa del
ciudadano medio británico tras conocer los resultados de las elecciones del
7-M. “Estoy muy confundido. Se supone que soy un experto en comunicación
política, en campañas electorales. Llevo meses discutiendo sobre los resultados de las encuestas, he
escrito minuciosos análisis de qué ocurriría tras las elecciones, iba a ser un
empate técnico de difícil resolución y nada de nada ha funcionado. Sin duda la
frase de la noche es ‘si las encuestas a pie de urna no se equivocan….’, pero
parece que no se han equivocado y ahora hay que preguntarse por qué nos hemos
equivocado todos los demás”.
Sólo las urnas dicen la verdad. Y en Gran Bretaña esa verdad se inclina dramáticamente a la derecha tras unas elecciones en las que el gobierno conservador de David Cameron no sólo ha conseguido la reválida a la política de austeridad y recortes más drástica de la Unión Europea si no que, contra todo pronóstico, ha sido jaleado con vítores al conseguir la mayoría absoluta para gobernar en solitario de la que no pudo disfrutar en su anterior mandato. Su partido ha conseguido 329 diputados, una cifra que hubiera provocado carcajadas antes de la jornada electoral, cuando los sondeos más optimistas le otorgaban entre 260 y 290. Pero tras estas elecciones sólo hay una certeza: los sondeos fallan, a menos que se hagan a pie de urna. Y los británicos lo han demostrado con su voto, que además de coronar a los conservadores ha destruido al partido laborista, que apenas ha conseguido 230 diputados, perdiendo 23 respecto a la anterior legislatura, el peor resultado desde 1945 y obligando a su líder, Ed Miliband, a dimitir.
El día después de la aplastante victoria
conservadora ha sido un corteo fúnebre de cadáveres políticos en el que
Miliband nunca pensó que participaría. Cuestionado dentro y fuera de su partido
desde que se hizo con el poder en 2010 con la ayuda de los sindicatos y
aplastando a su hermano en el camino, según las encuestas previas habría
conseguido cambiar la opinión de quienes dudaban de su valía política, y hasta
tenía posibilidades de llegar a ser primer ministro pero la ciencia incierta de
las encuestas demostró su inexactitud al llegar el momento del recuento real.
Su estrepitosa derrota no le dejó opciones. La suya fue la tercera dimisión de
la mañana post electoral: “Asumo la responsabilidad total y absoluta de los
resultados y la derrota en estas elecciones. Gran Bretaña necesita un partido
laborista fuerte. Reino Unido necesita un partido laborista que pueda ser
reconstruido para que podamos tener un gobierno que defienda otra vez a la
clase trabajadora. Ha llegado el momento de que otra persona asuma el liderazgo
y por eso presento mi dimisión. Lo hago de forma inmediata porque el partido
necesita tener un debate abierto y honesto sobre el futuro”.
El violento tsunami provocado por los
resultados de estos comicios no se ha limitado al partido laborista: el
liberal-demócrata ha perdido 48 diputados y se ha quedado con 8 y el antieuropeísta
y anti-inmigrantes UKIP ha perdido un escaño, quedándose con otro, aunque en
realidad haya conseguido 3.8 millones de votos, la tercera fuerza más votada,
aunque el sistema electoral mayoritario no traduzca esa cifra en diputados. Las
dimisiones a primera hora de la mañana de Nick Clegg, cabeza de los
liberal-demócratas y viceprimer ministro del anterior gobierno y de Nigel
Farage, presidente del ruidoso UKIP, eran las crónicas de una muerte anunciada
y ahí las encuestas no se equivocaron: Farage perdió su escaño y renunció a la
presidencia del partido como había dicho que haría si eso ocurría y Clegg, aunque
fue reelegido, pierde toda su influencia parlamentaria con la salida de 48
diputados y por lo tanto su credibilidad así que ha optado por la vía más
digna: irse.
Tres de los principales partidos del país
quedan así descabezados de golpe. Una fiesta para los conservadores, que con la
oposición hecha migas y mayoría absoluta, tienen barra libre para continuar con
el programa de recortes sociales en el que basaron sus políticas de
contingencia frente a la crisis y el déficit, aunque el referéndum sobre la
permanencia en Europa prometido por Cameron es un nubarrón que puede empañar el
buen curso de los números macroeconómicos, como vaticinaba el jueves tras
conocer las encuestas a pie de urna Danny Quah, del Departamento de Desarrollo
Internacional de la London School of Economics . “Los votantes parece que han
optado por la continuidad y la estabilidad. En el Reino Unido la desigualdad
entre ricos y pobres no ha crecido tanto como en Estados Unidos así que quizás
las políticas de austeridad no han sido tan malas como se han pintado. El
problema es que la productividad está en punto muerto y por eso los salarios no
suben. Lo ideal para que eso cambie es que aumente la inversión pero el
referéndum sobre Europa que ha prometido Cameron crea mucha inestabilidad
económica porque crea incertidumbre. Por eso creo que lo más apropiado sería
adelantarlo, no esperar a 2017 porque si no, vamos a pasar dos años hablando
sobre él y eso afectará a la economía”.
Se da así la dicotomía de un partido en
el gobierno que quiere renegociar los términos de permanencia en la UE –Cameron
ha prometido un referéndum pero no es partidario del Brexit-, y cuya principal
chinita en el zapato será el partido independentista escocés y pro europeísta
SNP, el otro rotundo ganador de unas elecciones en las que Escocia le ha
otorgado la práctica totalidad de los votos, 56 diputados de 59, cincuenta más que en los comicios
anteriores. El SNP, liderado por la dama de terciopelo Nicola Sturgeon, promete
alimentar debates de corte social, nacionalista y europeísta, aunque a la hora
de votar poco podrá hacer al tener los conservadores la mayoría absoluta. El
escenario en Westminster lo completan los verdes, que mantienen un diputado,
los unionistas, que mantienen 8, los unionista del Ulster que ganan dos, el
Plaid Cymru que mantiene tres y el Sinn Fein que tiene cuatro pero nunca participa
en la Cámara de los Comunes.
Durante meses los periodistas y analistas
políticos británicos se habían dedicado a hacer cábalas y a interpretar
encuestas en las que el empate entre laboristas y conservadores hacía preveer
un escenario de guerra abierta tras las elecciones para formar gobierno. Sin
embargo, ese cocktail de números y previsiones se agitó de forma dramática a
las diez de la noche del jueves, al cierre de los colegios electorales, cuando
una encuesta realizada a pie de urna entre 20.000 votantes le daba una
aplastante mayoría a los conservadores -316 frente a 239 laboristas-. El
recuento, a lo largo de una tensa noche, no sólo confirmó esos números, sino
que los mejoró drásticamente para los conservadores, que han superado los 326
escaños que le hacían falta para gobernar en solitario –han llegado a 331- y
los empeoró para los laboristas, que finalmente se han quedado con 232
diputados-tenían 258.
“Creo que ha sido una campaña muy
monótona que empezó demasiado pronto. Llevamos desde enero con ella y hasta los
periodistas nos hemos aburrido. Y en vez de centrarnos en lo fundamental, la
economía, nos hemos distraído con la personalidad de los líderes, los debates y
hemos construido narrativas superficiales. Pero a la hora de votar la gente ha
optado por lo importante” asegura Beckett. Según él, es muy probable que la
muchos votantes hayan decidido el mismo día de las elecciones a quien votar, de
ahí en parte el error de las encuestas. Además, este experto en medios de
comunicación afirma que esta vez la campaña de la prensa conservadora contra
los laboristas ha sido más agresiva que nunca. “Sería estúpido decir que la
prensa de papel ya no influye. Es más, yo creo que a las redes sociales se les
da más importancia que la que tienen porque al final ¿cuál era el nombre más
mencionado en twitter y de forma más positiva? Miliband. Y mira cómo ha
acabado. Las redes sociales retroalimentan nuestras creencias pero no sirven
para hacer que la gente cambie de opinión. Creo que la prensa aún tiene ese poder”.
Para este experto, como para Tony
Travers, del Departamento de Gobierno de la London School of Economics, lo
fascinante es que ni David Cameron ni Ed Miliband eran especialmente
carismáticos ni populares. “Pero por lo que decían las encuestas todos hemos
acabado creyendo que a la gente le empezaba a gustar Miliband. Obviamente no ha
sido así” afirma Travers, quien también repudia la idea de que el sistema
electoral mayoritario haya entrado en crisis tras estas elecciones. “Todo lo
contrario, estos resultados nos demuestran que sigue gozando de muy buena
salud, aunque haya otros partidos pequeños que se quejen pero no creo que el
tema del sistema electoral se vaya a poner sobre la mesa. Ni los tories ni los
laboristas quieren cambiarlo”.
Travers sí auguraba que en la nueva
legislatura, al contrario que durante la campaña, se hablará de Europa y mucho,
aunque piensa que al final Cameron convencerá al ala torie más radical de que
conviene quedarse en la UE. Respecto a Escocia y a la posibilidad de que Sturgeon
vuelva a plantear la necesidad de un referéndum tras las elecciones escocesas
de 2016, Travers también confía en que no ocurra. “Cameron va a ser muy
cuidadoso con Escocia. Les prometió que les transferiría poderes tras el referéndum
y lo hará. Económicamente no le interesa que se vayan. Y si ellos tienen lo que
quieren tampoco harán excesiva presión”.
Su vaticinio se reflejaba en las primeras
palabras pronunciadas por Cameron tras ganar las elecciones. Frente al 10 de
Downing Street, donde continuará residiendo durante los próximos cinco años, el
premier británico se dirigía a su país a mediodía con buenas dosis de retórica
con las que agradar a todos los integrantes del Reino Unido. Tras confirmar que
organizará el referéndum sobre la permanencia en la UE, aseguró que continuará
la transferencia de poderes que acordó con Gales, Escocia e Irlanda del Norte: “Quiero
reclamar el manto que nunca se debería haber perdido, el manto de una nación,
de un Reino Unido. Cumpliré mi palabra y comenzaré la devolución de todo lo que
acordamos con Gales, Escocia e Irlanda del Norte. Gobernar con respeto
significa reconocer que las diferentes naciones de nuestro Reino Unido tienen
su propio gobierno así como su gobierno británico”. También habló de bajar los
impuestos, crear millones de empleos y construir casas que la gente pueda
comprar. Palabras de excelente sabor en plena resaca electoral que han
convencido a los 11.3 millones de británicos que les han votado pero, paradojas
de la democracia, ahora tendrán que hacerse realidad también para los otros 18
millones que escogieron a otros partidos y para los cerca de 25 millones que
han optado por no acudir a las urnas. Y entre todos ellos, hay ocho millones de
familias que no llegan a fin de mes, según diversos estudios. La incógnita está
en saber cuántos, de todos ellos, votaron por Cameron. La respuesta acertada
quizá sea la de Gerald McGregor, un concejal conservador del barrio de Hownslow
que el jueves, antes del cierre de los colegios electorales, vaticinaba que los
conservadores arrasarían: “Quizás hayamos recortado beneficios sociales pero la
gente prefiere tener trabajo, aunque sea ganando poco, a no tenerlo. Y creo que
eso nos hará ganar muchos votos”.
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