
Me and Tara Donovan
El otro día entrevisté a una coleccionista que me dijo: "En Nueva York hay que ver veinte galerías para encontrarte con una que merezca la pena". Primero pensé 'qué exagerada, tampoco está tan mal el mundo del arte'. Pero en realidad tiene razón, lo que pasa es que como la oferta artística es abrumadora se nos olvida que calidad y cantidad son dos conceptos muy diferentes. Ayer decidí aprovechar la luna llena y el amago de primavera para darme una vuelta por Chelsea y 'hit some openings', como dicen por aquí y la verdad, fue decepcionante. A excepción de la artista del cuadro, Tara Donovan, y de un video titulado A game of chess, de Marcel Dzama, no vi nada que me removiera la piel, las tripas o la cabeza. Quise ver el video del que todo el mundo habla en la ciudad desde hace semanas, The Clock, de Christian Marclay pero su galería no ha sabido explotar en absoluto la peculiar obra del artista y en lugar de estar abierta 24 horas proyectando el video de 24 horas que Marclay ha creado con tanto mimo -24 horas de imágenes de películas con relojes dando la hora que coinciden con la hora real-, sólo tiene horarios de galería normal. Menos mal que ahora tenemos youtube y al menos he podido explorar su trabajo, fascinante por cierto:
Pero Nueva York tiene muchos artistas anónimos que no se ven en las galerías y que contribuyen a que una frustrante tarde artística se vea compensada por el arte espontáneo. Indudablemente los mejores son los artistas que lo son sin ser conscientes de ello, por ejemplo este señor que se pasea por la ciudad con un maniquí en la mano para vender 'ropa interior Michelle Obama':
Y siempre hay maravillosos descerebrados que por carambolas del destino hacen arte de forma espontánea. Quién sabe, por ejemplo, el origen de esta hermosa escultura urbana, la más bella que vi anoche:
En realidad el arte no debería estar solo en las galerías si no en las calles, en las casas, en los hospitales, en los ministerios, en los sitios donde vive la gente, no en sitios creados a propósito para mostrarlo. Lo dice Raquel Sacristán, una artista que esta semana piensa devolverle a la naturaleza unos patos disecados en una suerte de ritual en Barcelona. Olé!