[Artículo originalmente publicado en la revista Ctxt el 2/6/2015]
Existen, están ahí y todos hemos tenido algún encuentro con ellos, aunque otros no nos crean. 'No estoy en Facebook'. 'Me quité de Whatsapp'. '¿Instagram? No, eso, mi hija'. Son seres raros, que suelen mirar a la gente en el metro y te observan extrañados cuando les pides que se callen porque es imperativo sacarle una foto a esa croqueta grasienta. Hay que colgarla de inmediato en alguna red y que el mundo se entere de la mierda de croquetas que sirven en ese bar en el que habíais quedado para hablar y donde, mientras tú mantenías un monólogo con tu teléfono, él ponía cara de aburrimiento. Un tipo extraño, sin duda.
Existen, están ahí y todos hemos tenido algún encuentro con ellos, aunque otros no nos crean. 'No estoy en Facebook'. 'Me quité de Whatsapp'. '¿Instagram? No, eso, mi hija'. Son seres raros, que suelen mirar a la gente en el metro y te observan extrañados cuando les pides que se callen porque es imperativo sacarle una foto a esa croqueta grasienta. Hay que colgarla de inmediato en alguna red y que el mundo se entere de la mierda de croquetas que sirven en ese bar en el que habíais quedado para hablar y donde, mientras tú mantenías un monólogo con tu teléfono, él ponía cara de aburrimiento. Un tipo extraño, sin duda.
La diferencia entre él y tú es que él no
tiene el ego recauchutado y tú si. Digamos que todos somos Kim Kardashian y él,
un raro. Probablemente extraterrestre. Kardashian,
un ser un poco abominable sin oficio ni beneficio pero con
millones de fans, perdón, de seguidores, acaba de publicar un libro de selfies y los críticos
de arte se han rendido a sus pies. Es posible que no se equivoquen,
ella representa mejor que muchos ese mundo de egos neumáticos hinchados con el
helio sudado de muchos clics y no ha perdido la oportunidad de monetizar su
posición en el mercado e incluso de presentarse como pionera del género 'I love
myself'.
Los extraterrestres, en cambio, ni
siquiera saben quién es Kim Kardashian. Tienen suerte porque no saber ciertas
cosas es una sensación maravillosa. Antes los raros éramos los que no veíamos
la tele y por tanto no sabíamos quién era, por ejemplo, Belén Esteban. Yo vivía
en el extranjero así que no tenía por qué saber que en España la gente pasaba las
horas lobotomizada frente al televisor escuchando a una plañidera con orgullo
de barrio hablar durante horas sin decir nada. Lo descubrí cuando El País
la convirtió en portada de su
revista dominical. Y fue un shock. Mis amigos no se podían
creer que yo no supiera quién era. El nombre me sonaba pero con el runrún de
algo poco importante. Cuando se convirtió en portada me pregunté si era pecado
ser periodista y no conocerla. Viviendo en Nueva York, y escribiendo sobre
Nueva York desde hacía diez años, llegué a la conclusión de que estaba libre de
culpa. Trabajando al otro lado del Atlántico para mí lo que era obligatorio,
desgraciadamente, era saber quién era Kim Kardashian, por aquel entonces la
versión americana y pseudosofisticada de Esteban.
Pero lo que cinco años más tarde me
escuece admitir es que ahora casi todos competimos con Kim Kardashian y Belén
Esteban en la proyección de nuestros egos, algunos por motivos profesionales y
otros por el mero placer de escuchar ese blip digital que se traduce como 'Me
gusta'. Ser un extraterrestre es hoy un lujo al que sólo se entregan un puñado
de iluminados con suerte o con cerebro. Con la transformación del paisaje
laboral hay carreras en las que se ha vuelto imprescindible ser tu propia
marca, autopromocionarte, tener una presencia constante en las redes o, al
menos, eso nos dicen los gurús. "A mí esta dinámica me desanima un
montón", comentaba una amiga el otro día, en que decidí quejarme ni más ni
menos que por Twitter. Y por ahí me contestó ella. Pura endogamia.
Hasta cierto punto, nos decimos, somos
afortunados porque con suerte (y horas y horas online) podemos tener
un nombre que no dependa de una empresa pero al mismo tiempo estamos obligados
a convertirnos en empresarios y, como en todo negocio, hay que hacer publicidad
para darlo a conocer y no todo el mundo ha nacido con dos vocaciones. En el
siglo XXI la de publicista parece ser obligatoria, aunque no tengamos los genes
de Kardashian o Esteban. Me pregunto cuándo entrará a formar parte del curriculum de
los colegios, aunque si los niños crecen haciéndose selfies para
Instagram, es posible que con el tiempo el recauchutado digital del ego se
convierta en algo de lo que se hablará en las clases de Biología, como hoy
hablamos del paso que dio el hombre al erguirse y caminar con dos piernas.
El otro día leía uno de esos maravillosos
titulares que dan las revistas satíricas y que se alimentan precisamente de
nuestra adicción/dependencia de las redes: "Un runner sale
a correr sinpostearlo en las redes sociales”. Seguro que los
extraterrestres ni siquiera entenderían el chiste. Quien pudiera ser
extraterrestre...
ReplyDeleteThe resorts in Ramnagar not only provide luxurious accommodations but also serve as gateways to the rich biodiversity of the region. Guests can engage in various activities such as wildlife safaris, bird watching, and nature walks, all of which are designed to immerse them in the stunning landscapes and vibrant ecosystems nearby.
Additionally, many resorts feature on-site dining options that showcase local cuisine, allowing visitors to savor the flavors of the area. With their unique blend of comfort, adventure, and cultural experiences, the resorts in Ramnagar are well-suited for both families and solo travelers looking to unwind and connect with nature.