[Artículo publicado originalmente el 8/7/2015 en la revista Ctxt, donde colaboro semanalmente]
“!Mamá, huele mal!”. Efectivamente hija
mía, Marina D’Or apesta. No hace falta tener la fina nariz de un niño para
darse cuenta de que nos rodea la inmundicia. Y no me refiero al olor
nauseabundo a cloacas que se sentía en las calles de Marina D’Or el pasado fin
de semana. Mientras ustedes deshojaban la margarita del Oxi y el Nai griegos,
yo contaminaba mis ojos en Marina D’Or.
“Mamá, huele mal” repetía mi hija mientras avanzábamos en coche hacia el
abismo de cemento que cerraba el horizonte y el olor a aguas fecales se colaba
por las ventanillas. ¿Qué hacíamos allí? Necesitaba ver para creer. Nunca pensé
que diría que sitios como Benicassim podían tener encanto pero después de ver
Marina D’Or cualquier destrozo urbanístico de la costa española parece ‘arquitectura
gourmet’ comparada con ese pecado capital.
Mi familia tiene una casa en un pueblo del
interior de Castellón llamado Vilafamés. Es uno de los poquísimos lugares de la
zona que merece la pena visitar, no sólo porque puede presumir de un fabuloso
casco antiguo sino porque tiene un museo de arte contemporáneo que no se
inventó ningún político afín a Fabra o Ciscar para ponerse medallas sino un
crítico de arte ya fallecido, Vicente Aguilera Cerni, y un montón de artistas,
entre ellos mis padres, que se compraron casa allí y sin quererlo crearon entre todos unas comunidad
artística que revolucionó aquel lugar y lo salvó de ser uno de los muchos
pueblos feos y anónimos del interior de la provincia. Ocurrió en los años
setenta, cuando aún no estaba de moda fundar museos buscando ‘el efecto
Guggenheim’ y por lo tanto durante décadas existió en la más absoluta oscuridad
pese a tener una excelente colección de arte nacional. Tardaron años en poner
carteles en la propia localidad indicándole a los turistas la existencia del museo
y muchos más en incluir Vilafamés en las guías de la zona. Se le da tan poca
publicidad que conozco veraneantes que acuden cada año a Benicassim, a apenas
25 kilómetros, y que jamás han oído hablar de Vilafamés o su museo. Marina
D’Or, en cambio, es famoso en todo el mundo. Paradojas de la fealdad. Y de la
crisis.
La playa más cercana a ‘mi pueblo’ es Torre
la Sal, a pocos kilómetros de ese apocalipsis urbanístico que simboliza la peor
España de la pasada década. En esa playa pasé mi infancia, entre botes de
pescadores y escarabajos peloteros. Siempre hubo dos filas de casitas bajas
frente a una playa muy silvestre conocida por los locales como Cabanes y un pequeño
chiringuito. Afortunadamente y pese al paso del tiempo Torre la Sal ha cambiado
poco pero a menos de un kilómetro hay algo que torpedea la vista: cuatro
bloques de pisos gigantes flotan vacíos, inertes y rodeados de carreteras a
medio hacer frente a la montaña. Es como si una urbanización madrileña firmada
por un mal arquitecto hubiera aparecido por osmosis al lado de la playa de mi
infancia. “Querían que Marina D’Or llegara hasta aquí, menos mal que la crisis llegó
antes y sólo les dio tiempo a hacer esto” me comentan. La urbanización es un
satélite del complejo turístico, que está a cinco kilómetros. No se sabe si hay
propietarios pero si los hay se esconden. Todas las persianas están bajadas. Y
todas las farolas de estas calles asfaltadas para nadie carecen de bombilla. Enclavada
entre el mar y la montaña, esta imagen del abandono tiene algo de mad-maxiano.
El horror se multiplica por mil cuando se
entra en esa mal llamada ‘ciudad de vacaciones’ . ¿Vacaciones? ¿De verdad que
alguien puede sentirse de vacaciones rodeado por montañas compactas de cemento y
ladrillo barato y solares semi abandonados? Porque al menos en Benicassim,
Oropesa y lugares de fealdad tradicional costera los rascacielos de
apartamentos permitían que el cielo se colara entre ellos y hasta se podía ver
el mar desde las calles. En Marina D’or no porque hablamos de una densidad constructora
desconocida hasta para clásicos del género como Benidorm.
Jesus Ger, la mente insaciable que con la
ayuda de Fabra ideó esta versión cutre de Las Vegas pensó en 35.000 pisos
concentrados en unos pocos kilómetros cuadrados cuyos cimientos reposarían
sobre lo que antes eran las huertas valencianas. También pensó en campos de
golf, hoteles y casinos. Las
crisis evitó que aquel sueño húmedo de cifras culminara. ‘Solo’ le dio
tiempo a construir 15000 viviendas y cinco hoteles y ni la Torre Eiffel ni la
de Pisa ni el Arco del Triunfo que iban a decorar ‘la ciudad’ vieron la luz. En
su lugar hay parques acuáticos temáticos y supermercados escondidos bajo
construcciones de cartón piedra. Lo que no abunda, y estamos en julio en la
costa española, es gente. Se ven toallas colgadas de los balcones de algunos
hoteles pero los bloques y bloques de apartamentos brutales (que no
brutalistas) tienen en su mayoría las persianas bajadas. Los bancos son los
propietarios de los miles de pisos que Ger no pudo pagar porque la burbuja
inmobiliaria se pinchó y miles de españoles no pudieron hacer frente a sus
deudas. Se compraron un sueño vacacional en Marina D’Or a 300.000 euros
pensando que harían su agosto y hoy las inmobiliarias te lo regalan por menos
de un tercio. “Tengo una amiga que alquiló un apartamento en Marina D’Or a 100
euros. No aguantó más de un mes. Era la única inquilina del edificio. Le daba
mal rollo” me cuentan en Vilafamés.
Buscando información sobre el futuro de
este fantasma turístico que se debate entre la agonía y la resurrección gracias
a la respiración asistida de hordas de ingleses, alemanes y españoles que ahora
veranean allí a precios de saldo leo que el
objetivo es llenar Marina D’Or de clientes chinos, y para eso se planea construir
casinos, que es lo que les pone. Hasta
se coquetea con la posibilidad de que el aeropuerto de Castellón, fruto casi de
un favor personal de Fabra a Ger para dejarle a éste los turistas en la puerta
de su casa, se inaugure por fin y traiga charters del lejano oriente. Después
de haber visto el Apocalipsis urbanístico en directo creo que todo es posible.
Leerlo en los periódicos no es lo mismo que ser testigo directo. Como dice mi
hija, Marina D’Or apesta. Y lo que es peor, se resiste a morir.
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