[Este artículo se publicó originalmente el 8/9/2015 en la revista Ctxt, donde escribo semanalmente]
El día en que el mundo se estremeció ante
la foto del pequeño Aylan yo estaba en Roma. Algunos periódicos, pocos,
mostraban la dura imagen del niño ahogado, otros, la mayoría, simplemente escribían
largos editoriales sobre ella. Los romanos, siempre dispuestos a conversar con
la palabra y con el corazón, se echaban las manos a la cabeza. Pero en las
calles de la cittá eterna los
turistas, ajenos al drama, se hacían fotos con fruición frente al foro romano,
piazza Navona o el Panteón. Y pese a viajar en grupos, en pareja o en general,
acompañados, la mayoría invertía toda su energía en
emular a Kim Kardashian y hacerse múltiples selfies, dejando así constancia
de que incluso en Roma, rodeados de gente, familia, amigos e historia, el
hombre del siglo XXI prefiere mirarse el ombligo a mirar a su alrededor.
Quisiera creer que quienes pagaban un
euro por alquilar un palo de selfie a los abnegados inmigrantes de Sri Lanka y
Bangladesh que pueblan los puntos calientes del turismo romano empuñando esas
armas diabólicas eran conscientes de que su ego estaba contribuyendo a que
quizás una familia comiera esa noche.
Pero tengo mis dudas. En el fondo en
Europa llevamos ya muchos años conviviendo con los migrantes. Y el discurso oficial
–son malos, criminales, delincuentes y vienen a quitarnos el trabajo- se nos ha
metido dentro, (es
el discurso con el se intenta reconducir nuestra ira tras la crisis).
Los bangladesíes romanos colocan sus
palitos aquí y allá, euro a euro, (¿o debería decir ego a ego?) pero tienen
patrón con el que repartir beneficios: al final del día cobran miserias, el
palo del selfie también tiene dueños mafiosos. A los turistas el euro les
parecía muy caro y hasta intentaban regatear pero al final pagaban: todo sea
por ver tu ombligo viajar por las redes sociales con una columna trajana
borrosa de fondo.
En otros lugares de Europa los
sub-saharianos venden bolsos y perfumes de marca falsos que después lucimos
como trofeos pavoneándonos frente a nuestros amigos de que lo compramos en la
calle a precios de risa. Trabajan para extorsionistas profesionales y se llevan
a casa lo justo para comer. A veces ni eso. Mientras, los marroquíes se
dejan el lomo por 30 euros a la semana en el campo andaluz mientras en el
norte de Europa saboreamos los tomates que ellos recogieron y los pagamos a
precio de oro sin rechistar. La diferencia entre su salario y lo que nosotros
pagamos se la lleva, por lo general, un comerciante europeo.
Son los ‘trabajos’ a los que pueden
aspirar quienes carecen de papeles, los que llegan a Europa por ‘vías ilegales’,
en realidad las únicas que Europa les deja, con sus puertas cerradas por la enquistada
burocracia, la obsesiva seguridad y ahora también por muros que crecen como
hongos, desde Ceuta a Hungría. Poco importa si huyen de algo, ¿guerra? ¿hambre?
¿miseria? ¿de verdad se les puede asignar a esos tres horrores un orden
jerárquico? Las leyes de asilo dicen que sí.
Ante el escalofrío provocado por la foto
de Aylan, el grito generalizado es que quienes tienen el poder de parar la
sangría hagan algo para que las personas –los sirios pero también todos los
demás- dejen de morir intentando alcanzar las costas de Europa. Pero el problema
es mucho más profundo: sus trabajos hacen nuestra vida ‘más cómoda’ y aunque se
alzan muros y se les abandona a su mala suerte en el Mediterráneo, -o en el
desierto a las puertas de Estados Unidos- siempre se deja entrar a unos pocos,
los justos para mantener los cultivos europeos produciendo naranjas y lechugas,
o los restaurantes estadounidenses funcionando, o… nuestros egos henchidos
gracias al palo del selfie. Ése es el drama.
Entre los millones de migrantes que se
mueven anualmente por el mundo, algunos conseguirán tener una vida digna, un
trabajo bien pagado, sus papeles en regla, sus sueños cumplidos. Pero seguirá
habiendo demasiados que vivirán bajo el yugo de las mafias, lo que a su vez
permitirá que también nosotros ‘disfrutemos’ indirectamente de su explotación. Antiguamente
se llamaba esclavitud. Hoy ya no arrastran cadenas, simplemente cargan con el
palo del selfie y te lo alquilan a un euro. Y nosotros sonreímos para la foto.
Existimos quienes de a poco nos vamos enterando lo que sea un selfie.Poseemos un viejo celular,y ya es lo super, si lo comparamos a los medios de comunicación de nuestros queridos padres. Cordiales saludos.
ReplyDeleteExistimos quienes de a poco nos vamos enterando lo que sea un selfie.Poseemos un viejo celular,y ya es lo super, si lo comparamos a los medios de comunicación de nuestros queridos padres. Cordiales saludos.
ReplyDeleteVery cool blog. Thank you for sharing. appliances
ReplyDelete