Los políticos sólo se acuerdan de las
mujeres cuando llegan las elecciones. No me refiero sólo a las votantes sino a
las que duermen junto a ellos cada noche. Las señoras de. Se ha encargado de recordármelo Frank
Underwood (Kevin
Spacey para los no conversos) en la tercera temporada de House
of Cards, donde su mejor baza ante las primarias de su país es su mujer, la
gélida Claire, a la que pasea por sus mítines a modo de florero parlante que
entusiasma a las hordas en los minutos previos a sus apariciones públicas. En
el mundo real estos días sucede algo parecido. En el Reino Unido, donde se
preparan para las elecciones generales del 7 de mayo, los candidatos de los
principales partidos del país le han cambiado el agua al florero en el que
habitualmente flotan más o menos calladas sus esposas y lo han expuesto al sol
de sus campañas para ver si ellas, como Claire, les ayudan a arañar algunos votos.
De momento no se han subido a los
escenarios aunque es muy probable que empiecen a hacerlo en breve. Lo que sí
hemos sufrido durante los últimos meses ha sido el goteo de declaraciones en la
prensa de mujeres con profesiones sólidas como Justine Miliband, esposa del
candidato laborista Ed Miliband o Samantha Cameron, esposa del primer ministro
David Cameron, a las que la maquinaria electoral reduce, con la inestimable
ayuda de los periodistas (a menudo de género femenino), a ‘mujeres de’ en
campaña. Y la línea del discurso suele destilar un tono tan ñoño y estereotipado
que resulta increíble que en pleno siglo XXI aún siga siendo efectiva. “David
es un padre fantástico y un hombre maravilloso. Estoy orgullosa de él porque
tiene un trabajo muy estresante que conlleva mucha responsabilidad y lidia con
todo estupendamente”. ¿De verdad que el votante tiene tiempo y
estómago para escuchar
a Samantha Cameron convirtiendo la nada en entrevista?
Aparentemente sí, o
eso pensaba Andy Coulson, el periodista condenado por el caso de las escuchas
telefónicas que fue jefe de prensa del primer ministro tory (antes de ir a la
cárcel) y quien llegó a definir a esta mujer durante las elecciones de 2010 como
“el mejor arma electoral de Cameron”. Su actual jefe de prensa debe haberlo
recordado puesto que la semana pasada, de la entrevista a dos páginas que el primer
ministro concedía en el Evening Standard, Samantha era el tema estrella y el
titular: “Ella me mantiene con los pies en el suelo. Es mi luz, mi faro, lo es
todo para mí”. Y pensar que hay otros maridos que son tan malos... Venga, vamos
a votarle.
Justine Miliband, esposa del candidato
laborista Ed Miliband, respetada abogada especializada en derecho ambiental,
también se deja oír estos días apoyando a su marido con frases que buscan,
fundamentalmente, la humanización del político a través de esa voz femenina que
el mundo sigue identificando con la emoción y que aún se percibe como una
debilidad que ningún candidato puede expresar solo, así que llamamos a su mujer
para que nos lo cuente
en la BBC. “Su mayor remordimiento es que no le dedica a sus hijos el
tiempo suficiente”. Pobre. Su vocación altruista de servicio público le separa
de sus obligaciones familiares. Y su mujer le perdona. Pásame un kleenex que
voy a llorar y de paso le voto.
Por suerte hay excepciones, como la
española Miriam González-Durante, cuyo perfil público es alto y no precisamente
por decir frases hechas sobre su marido, el liberal- demócrata Nick Clegg, sino
por tratar de mantener un perfil bajo en relación a la política y aparecer ante
la prensa con opiniones propias que a veces incluso le han sacado los colores
al político. “Los hombres que se implican en la crianza de sus hijos tienen más
cojones” espetó
en un debate frente a ‘testosterónicos’ ejecutivos de la city el año
pasado. Clegg lleva al colegio a
sus hijos y ha adaptado sus horarios de trabajo para atenderlos ante la
indignación de otros parlamentarios pero su mujer no sale a la palestra a darle
palmaditas en la espalda ni a contarnos que es un excelente padre de familia. Se
limita a invitar a otros a que hagan lo mismo. Eso sí es política.
También está el caso de Sonsoles
Espinosa, la esposa de Zapatero, cuya batalla por su derecho al anonimato,
evitando entrevistas y actos públicos, fue una lucha titánica cargada de
críticas que sin duda sentó un precedente importante frente a otras primeras
damas políticamente hiperactivas como Carmen Romero o Ana Botella. La sucesora
de Espinosa, Elvira Fernández, ha seguido sus pasos abrazándose a la discreción,
aunque ella sí se implicó en las campañas de Mariano Rajoy y habrá que ver qué
hace en las próximas elecciones. Lo cual me lleva hasta los comicios españoles
más recientes: Andalucía.
No recuerdo haber leído en la prensa
española ninguna entrevista con Jose María Moriche, el señor invisible que
lleva más de una década casado con Susana Díaz. Y mucho menos haberle escuchado
hablar en un mitin, como sí suelen hacer las Claire de medio planeta. Es más,
la noche en que la socialista ganó las elecciones él no estaba en la foto
mientras ella daba su discurso como ganadora. Eso sería impensable si Susana
hubiera sido un señor. Con la excepción de Bill Clinton, marido de sombra
alargada en la vida política de Hillary Clinton, los ‘esposos de’ en la
política ni ejercen de floreros ni son invitados a excusar a sus mujeres por no
ser madres abnegadas. Simplemente no se les exige estar en la foto.
¿Alguien conoce el nombre del marido de
Ángela Merkel? Por lo visto es un químico al que su mujer nunca ha invitado a
la arena pública, evitándole a sus votantes el bochorno de escuchar frases
vacías sobre una mujer a la que quizás no le vendría mal una pinceladita de
humanidad a través de una frase hecha que igual alguien se traga. Pero las
urnas han demostrado que no le hace ninguna falta. Ella, como Susana Díaz, se
basta sola. (me abstengo de incluir aquí a varias mujeres poderosas del PP y a
sus maridos para no tener que entrar en bochornos de otro tipo como el de la
corrupción)
En cambio, ni siquiera el hombre más
poderoso del mundo, Barack Obama, sería nadie sin Michelle Obama a su lado.
¿Qué pasa en nuestras sociedades para que ellos sigan necesitando a su
particular Claire Underwood para gobernar? Es más, según House of Cards, versión
británica y versión americana, es precisamente Claire la única capaz de hacerles
caer. Hay
estudios que dicen que un hombre al lado de una político la hace parecer débil
pero una mujer al lado de un político le muestra más fuerte. Si eso es
realmente así, yo quiero salir corriendo. Intentemos creer que la entrada de
las mujeres en política y la salida de ella de sus consortes es un pequeño paso
hacia la igualdad, hacia el puro sentido común y hacia la verdadera política. Sin
mujeres como Sonsoles Espinosa o Miriam González-Durante estamos abocados al
bochorno. Claire, ¡te queremos!…. pero sólo en DVD.
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